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Eyland
-¿Con
una lanza? Qué final más triste y simple... .El hombre ríe a
carcajadas otra vez. -Muy digno de mi hermano mayor.
-¿Tu...
hermano? -¿Entonces... tú no eres Joseph?
-Por
supuesto que mi hermano. Gemelo, de hecho. -Hace una pausa de unos
segundos, la cual yo aprocecho para intentar asimilar todo esto. ¿El
gemelo de Capomafia? Parece increíble. -¿De verdad nada, Eyland?
Esperaba más de ti...
-¿A
qué te refieres con eso?
-Y
que un chico tan simplón haya desbaratado tantos planes... Claro que
no ocurrirá lo mismo conmigo al mando.
-Maldita
sea. -Me pongo rojo y suspiro furioso. -¿De qué demonios hablas?
-“Cuando
deseen encontrarme, recuerden que el lobo siempre aúlla a la misma
luna cuando está llena”. Dime, Eyland, ¿qué ves en el cielo?
-Una
luna llena. Entonces tú...
-Parece
que por fin te has dado cuenta.
-Impeesa.
-Correcto.
-Por
fin te veo la cara. -Interviene, de pronto y sin previo aviso, mi
compañera de viaje, que había estado todo este tiempo en silencio,
observando expectante el transcurso de la acción.
-Oh,
tú debes de ser la preciosa Engla. -¿Cómo sabe él...? -Un placer
volver a verte, todo sea dicho.
-¿Me
conoces?
-Bastante
bien, querida. -Ríe de nuevo, de esa forma que lo hace parecer tan
siniestro. -La pregunta adecuada es... ¿te conoces tú? -¿Y eso a
qué viene?
-Yo...
Yo... -Se ve realmente impactada, como si la cuestión hubiera tenido
en ella el efecto de un cubo lleno de agua helada. ¿Qué ocurre,
Engla?
-Déjala
en paz. -Replico, casi a gritos. -No juegues con ella.
-Oh,
¿y por qué no? Puedo.
-No
pienso permitírtelo.
-¿Y
qué vas a hacer al respecto? -Una sonrisa casi diabólica se dibuja
en su rostro adornado con la barba de tres días.
-Te
encontraré... -Digo entre dientes, sintiéndome como un león al que
acaban de retar a un duelo por el liderato de su manada. -Y
entonces...
-¿Y
entonces qué, Eyland?
-Te
mataré.
-Oh.
-Ríe por cuarta vez. Maldita sea, ¿qué le pasa en la cabeza a este
tipo? No es nada cuerdo. -Permíteme dudarlo.
-¡¿Que
te qué?! ¿Pero tú te has visto? -Tiene que estar bromeando. Luce
tremendamente demacrado, ¿de verdad espera aguantar uno de mis
golpes?
-Ya
puedes venir conmigo, pequeño amigo mío.
Al
principio pienso que me habla a mí, pero me equivoco. Se gira en su
sillón y le dice esto a lo que parece ser el aire. ¿Está hablando
solo? No entiendo nada. Pero no, de nuevo error; no se ha vuelto
loco. Una sombra aparece a su espalda, a lo lejos, y comienza a
acercarse a él despacio, con mucha delicadeza.
-No
seas muy... -No consigo oír esta palabra, pues habla con la sombra a
susurros. -¿Está bien? -Y la forma asiente.
-Vale.
-Esto sí puedo escucharlo con claridad y, la voz, me es extrañamente
familiar...
Y
es entonces cuando alcanza la pequeña luz que ilumina a Impeesa.
-¡Desmond!
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