VI
Engla
Camino
a través del hangar de Upsala en busca de una nave que sea capaz de
llevarme a Yggdrasil. Recuerdo cómo Capomafia y Spirit idearon su
invasión y su posterior cambio de nombre y de gobierno. Me acuerdo
de cómo lo prepararon todo y esperaron a que apareciera Eyland para
pasar a la acción.
-Ese
Capomafia... Tiene un toque extraño.
Se
pasa el día planeando cosas que luego no lleva a cabo, o al menos no
nos cuenta después, que también es una opción. Por ejemplo,
todavía no sé a quién ha puesto a cargo de su nueva “adquisición”,
como él lo llama.
-Oh,
aquí estás.
Por
fin encuentro mi pequeña nave. La máquina en cuestión está hecha
completamente de acero, salvo por las ventanas de metacrilato. Es de
color negro y tiene nuestro símbolo en uno de los lados. Brilla como
si acabara de ser encerada, aunque sé de sobra que no es así.
Abro
la compuerta y me sitúo dentro. No hay demasiado espacio, pero dos
personas podrían estar aquí perfectamente, sin sentirse para nada
agobiados.
-Vamos
allá.
Me
siento en el lado del piloto, abrocho mi cinturón y comienzo con las
maniobras de arranque del motor. A los pocos segundos, muchas de las
luces de mi panel de control ya se hallan encendidas y las turbinas
laterales que impulsan la nave empiezan a girar.
-En
marcha.
Mi
pequeña nave se eleva un metro del suelo, aunque se mantiene
completamente estable. Poco a poco, comienzo a maniobrar, evitando
chocar con las otras máquinas voladoras a mi alrededor.
-Un
momento, ¿qué es eso?
No
es qué, es quién. Shaw aparece por la puerta del hangar y se acerca
a su vehículo, repitiendo paso por paso todas las acciones que acabo
de llevar a cabo hace unos segundos. ¿Dónde irá?
Realmente
eso no me incumbe, yo misma fui la que lo dejó de lado en esta
misión por motivos personales. No quería que viera lo que estoy a
punto de hacer, no me sentiría bien si él lo viera... En fin,
dejemos este sitio.
Acelero
y el vehículo sale despegada por la enorme abertura del hangar de
vehículos aéreos de Upsala. Mientras dejo la macronave atrás,
enciendo el radar para dirigirme a Yggdrasil. Tengo que hacer algo,
y, si quiero hacerlo, tengo que hacerlo ya, no tengo mucho más
tiempo.
*****
-Por
fin llego.
Disminuyo
la velocidad progresivamente a medida que me voy acercando al antiguo
pueblo flotante ahora convertida en isla. Parece muy diferente ahora,
hemos hecho quizá demasiados cambios, antes era tan hermoso...
-Es
una pena, a veces somos demasiado radicales.
Bueno,
mejor dicho, lo son. Yo ya no me siento como uno de ellos, el fin no
justifica los medios, y menos aún cuando los medios a tratar son
estos, en los que se destruyen hermosos prados y bosques y se
torturan tantas personas... Aunque quiero, no puedo excluirme de eso.
Estabilizo
la nave y desciendo hasta que los hierros que mantienen el vehículo
en pie cuando está parado tocan tierra. Apago el motor y las
turbinas dejan de girar muy lentamente, por fin puedo quitarme los
auriculares, -esas cosas hacen un ruido horrible-. Desactivo todos
los parámetros de vuelo y me quito el cinturón.
-Por
fin libre. -Suspiro aliviada. -Pensaba que estábamos más cerca de
este sitio. -Vuelvo a respirar de forma exagerada. -Realmente odio
volar sola.
Bajo
de la nave y activo el software de invisibilidad para camuflarla y
que no la descubran. ¿Por qué tengo que esconderme tanto? Al fin y
al cabo, fui yo quien consiguió dominar esto.
Camino
a través del bosque hacia el pequeño pueblo ahora bajo nuestro
control. Paso a través de árboles caídos y zonas enteras sin
vegetación alguna, únicamente cenizas de lo que antaño fueron
árboles.
-Esto
es... Es horrible.
Cada
vez que avanzo un poco me siento más fuera de lugar. ¿Realmente yo
pude hacer algo así? No entiendo qué me motivó a destrozar cosas
tan hermosas. Bueno, en realidad sí que lo sé, pero ahora eso se ve
tan distante... ¿En qué momento me di cuenta de que la causa no era
la correcta, de que esta no era forma de operar?
Tras
unos minutos llego por fin al pueblo. La mitad de las casas han
desaparecido ya, pero eso ya lo sabía cuando me fui de aquí a
informar a Capomafia de la situación y seguir persiguiendo a Eyland.
-Es
irónico.
Río.
En aquel entonces buscaba a Eyland porque lo quería torturar y
hacerlo sufrir, lo quería muerto. Ahora... Ahora lo estoy viniendo a
recoger para evitar que quienquiera que sea que ha enviado aquí El
Clan lo haga.
Camino
bajo el amanecer de los soles, digo, el sol -recuerda Engla, ahora
este lugar sólo recibe la luz de uno de los soles-, de Yggdrasil
hacia la plaza. Por el camino, me cruzo con unos pocos pueblerinos
que me miran asombrados y con cierto recelo.
-Gracias.
-Sonrío sarcástica. -Yo también os quiero.
Saludo
efusivamente con las manos a todo el mundo mientras llego al punto
central del poblado. Ahora todo es diferente aquí: lo que antes era
una fuente, ahora es una escultura en honor a nuestro Clan; lo que en
otros tiempos era un escenario con un atril en su centro ahora es...
bueno, no es nada, solo quedan los restos.
Me
acerco al ayuntamiento, ahora bajo nuestro control, y entro en busca
de alguien conocido. Un guardia hace un intento de frenarme, pero
retrocede al verme la cara.
-Lo
siento, señora. -Agacha la cabeza.
-¿Quién
hay al mando?
-Capomafia
me dijo que lo mantuviera en secreto, incluso con los líderes. Así
que no puedo decírselo. Lo lamento.
-¿Puedo
subir a ver quién es, al menos?
-Bueno.
-Sopesa mi proposición. -Supongo que no hay problema en eso.
Me
cede el paso y me indica que suba las escaleras hacia el salón
presidencial. Le hago caso y me adentro más en el ayuntamiento.
-¿Puedo
pasar? -Toco a la puerta con los nudillos.
-Eh...
-La persona -el hombre, sé que es un hombre- al otro lado de la
estructura de madera se piensa su respuesta. -Sí, claro. Adelante.
-Bien.
-Abro la puerta y entro, pero me quedo congelada en el umbral de la
puerta, mis ojos se abren también.
-Bienvenida,
Engla.
-¿Qué
haces tú aquí?
-Bueno,
podría explicarte, pero... es largo.
-Inténtalo.
-Capomafia
me mandó aquí, a dirigir esto.
-¿Por
qué tú?
-Dijo
que era el más cualificado. Creo que esperaba que vinieras.
-No
deberías estar en este despacho, Shaw. No deberías estar en esta
isla.
-Déjame
que eso lo juzgue yo, ¿no crees?
-Quizá.
Le
respondo lo más fríamente que mi corazón me lo permite. No puede
ser, ¿tendré que volver a despedirme de él? ¿Tendré que volver a
soportar su oscura y triste mirada mientras me marcho dejándolo
aquí?
No hay comentarios:
Publicar un comentario