IV
¡¿Qué?! ¿Detenido? ¿Por qué? ¡No
hay motivo alguno! ¿Qué demonios he hecho yo? Esto es lo que menos
me esperaba en este momento. Aunque bueno, tampoco esperaba conocer a
un chico, que fuéramos a comer a un restaurante y a la salida nos
atracaran y acabara apuñalado, y mira...
-Señor, tiene que haber un error. ¡No
puede ser! Yo... yo... -El miedo y la sorpresa se unen para darle un
matiz particular a mis palabras. -Yo no he hecho nada malo, estoy
aquí porque han apuñalado a un amigo mío. ¡Ni siquiera sé si
está vivo, maldita sea!
-Sé muy bien lo que está haciendo
aquí y le aseguro que esto no es un error. -Su voz es tan gélida
como la nieve. No se inmuta por nada de lo que le digo, es duro como
el acero.
-Pero... Pero... ¿Por...?
El “machaca” me corta, me coge del
brazo sin delicadeza alguna y me levanta de un simple estirón. En
sus manos parezco una simple pluma, diría que me levanta con más
facilidad de lo que se levanta uno de estos ligeros objetos. Salimos
de la sala de espera, la cual me sorprende, pues nunca pensé que
querría de cualquier forma quedarme en aquel tétrico lugar antes
que salir de ese lugar. Sin dirigirnos la palabra ni cruzar una
simple mirada, recorremos los pasillos del hospital, ahora mucho más
cortos de lo que lo eran hace un cuarto de hora. ¿Cómo es posible?
¿Yo detenido? Es de locos. Y Tyr... ¿qué será de él?
-¡Tyr! ¡Tyr!
Mis palabras salen de la misma forma
en la que salgo yo corriendo hacia el quirófano, con un toque de
locura tan sádico que, si se me mirase a los ojos, se diría que voy
para un centro psiquiátrico. Casi cayéndome en el frío suelo del
centro hospitalario, recorro el pasillo entre Urgencias y Quirófanos
por tercera vez en unos pocos minutos. Por fin llego, me paro frente
a la puerta del Quirófano 3, donde el letrero encendido me indica lo
que sabía de sobra, mi amigo sigue ahí dentro, donde su vida o
muerte depende de un delicado hilo en manos de un cirujano y sus
ayudantes.
-Chico. -El hombre de negro me coge
por el hombro y me gira hacia él.
-Vámonos.
Puedo leer en sus ojos que ha visto mi
mirada; una mirada perdida, lejana, como el que mira el mar y su
profundidad, mirando a todos lados y a ninguna parte al mismo tiempo,
sintiendo la nada y el todo a la vez. Respiro hondo, coger aire...
expulsarlo. Coger aire... Expulsarlo. Nos encaminamos ambos hacia la
salida del hospital por segunda vez, aunque, en esta ocasión, yo no
opongo ninguna resistencia, ahora solo quiero salir de aquí, y
cuanto antes.
-Chico, no te sientas mal. Se salvará,
por tu bien. -Qué extraño, ¿por qué sentirá lástima de mi este
ser?
-Gracias, supongo. -Mis palabras
suenan tan bajas, tan fugaces, que parece que se las lleva el viento
una vez salen de mi boca.
El hombre me sonríe, o al menos eso
parece que hace. Durante esta conversación, si se le puede llamar
así, hemos salido del hospital y llegado a lo que parece ser un
coche policial de incógnito: un modelo común, con pintura
metalizada negra, el interior tremendamente ordinario y de la gama de
vehículos de este modelo con mejor motor. Se acerca al lado del
pasajero, abre la puerta y me “invita” a entrar a base de
empujones. La verdad, no sé por qué se molesta, no pensaba oponer
resistencia... Cierra la puerta tras de mí y rodea el coche hasta el
lado del conductor. Entra en el coche, se sienta y me mira de arriba
abajo detenidamente durante unos segundos. Parece que busca algo en
mí, quizá algún ápice de vida, pero no lo va a encontrar, al
menos ahora.
-Eyland, ¿no?
Mantengo mi mirada al paisaje, sin tan
siquiera inmutarme por su pregunta, sigo mirando a través de la
ventanilla como mi vida se escapa y campa a sus anchas por cualquier
lugar antes que volver a mi cuerpo. Al ver que no respondo, y que
realmente no pienso hacerlo, se gira y se pone el cinturón. Puedo
observar de refilón como, antes de girarse, hace una pequeña mueca
de desilusión y dolor. ¡Dolor! ¡Por mí! ¡Si yo no valgo nada! Es
ridículo... Arranca el coche y empezamos a movernos entre las calles
de la ciudad. Realmente no sé cuál es nuestro destino, aunque
tampoco sé por qué me dirijo a él, así que, ¿qué más da?
Seguimos avanzando y yo continuo viendo escenas pasar: una mujer
caminando sola por la calle, una familia apagando las luces de su
casa, un perro ladrando a una rata, la luna escondiéndose entre las
nubes, las estrellas apareciendo en el firmamento...
Llegamos a lo que parece una
comisaría, aunque realmente no lo sé, son altas horas de la noche y
y la iluminación es nula. Bajamos del coche, obviamente él antes
que yo. Baja y me abre la puerta. Bajo del coche y nos dirigimos, sin
mucha velocidad, y con menos ganas, hacia la puerta del edificio.
Subimos los pequeños escalones ante la entrada y el hombre abre la
puerta.
-Chicos, aquí Shaw, traigo al chico
que buscábais.
Me obliga a entrar a lo que ya
confirmo que es una comisaría, donde todos me miran fijamente, lo
cual, aunque parezca increíble, no me incomoda en absoluto. Seguimos
hacia delante, pasando por delante de varios despachos y mesas de una
oficina tan gris como la vida veo yo.
-Shaw, déjamelo a mí. -Un hombre, el
que parece ser el alto cargo de este lúgubre lugar, me posa la mano
el el hombro y hace una seña a mi compañero de la última hora para
que se dirija a otro sitio. -Vamos hijo, tengo que explicarte un par
de cosas.
-Sí... No estaría mal.
Por fin una reacción, por fin un
brote de vida en mi interior. Por fin soy capaz de articular palabra,
echaba de menos esa sensación. Nos dirigimos hacia el final del
deprimente edificio, hacia lo que parece ser una celda con una mesa
al lado. ¿Eso es lo que me espera? ¿Una vil y simple prisión para
mi sosegada alma? Quizá es lo que merezco.
-¿Ahí es donde voy? ¿A una celda?
-Eso parece, chico. -Saca unos papeles
y me los pone delante de las narices. -Según estos informes, has
hecho algo bastante grave.
-¿Pero qué es lo que se supone que
he hecho? -La duda me corroe, puede más que la misma tristeza por el
accidente de mi amigo.
-Siéntate hijo, ahora te lo cuento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario