lunes, 10 de marzo de 2014

Sueños Espiral (IV)




IV

¡¿Qué?! ¿Detenido? ¿Por qué? ¡No hay motivo alguno! ¿Qué demonios he hecho yo? Esto es lo que menos me esperaba en este momento. Aunque bueno, tampoco esperaba conocer a un chico, que fuéramos a comer a un restaurante y a la salida nos atracaran y acabara apuñalado, y mira...

-Señor, tiene que haber un error. ¡No puede ser! Yo... yo... -El miedo y la sorpresa se unen para darle un matiz particular a mis palabras. -Yo no he hecho nada malo, estoy aquí porque han apuñalado a un amigo mío. ¡Ni siquiera sé si está vivo, maldita sea!

-Sé muy bien lo que está haciendo aquí y le aseguro que esto no es un error. -Su voz es tan gélida como la nieve. No se inmuta por nada de lo que le digo, es duro como el acero.

-Pero... Pero... ¿Por...?

El “machaca” me corta, me coge del brazo sin delicadeza alguna y me levanta de un simple estirón. En sus manos parezco una simple pluma, diría que me levanta con más facilidad de lo que se levanta uno de estos ligeros objetos. Salimos de la sala de espera, la cual me sorprende, pues nunca pensé que querría de cualquier forma quedarme en aquel tétrico lugar antes que salir de ese lugar. Sin dirigirnos la palabra ni cruzar una simple mirada, recorremos los pasillos del hospital, ahora mucho más cortos de lo que lo eran hace un cuarto de hora. ¿Cómo es posible? ¿Yo detenido? Es de locos. Y Tyr... ¿qué será de él?

-¡Tyr! ¡Tyr!

Mis palabras salen de la misma forma en la que salgo yo corriendo hacia el quirófano, con un toque de locura tan sádico que, si se me mirase a los ojos, se diría que voy para un centro psiquiátrico. Casi cayéndome en el frío suelo del centro hospitalario, recorro el pasillo entre Urgencias y Quirófanos por tercera vez en unos pocos minutos. Por fin llego, me paro frente a la puerta del Quirófano 3, donde el letrero encendido me indica lo que sabía de sobra, mi amigo sigue ahí dentro, donde su vida o muerte depende de un delicado hilo en manos de un cirujano y sus ayudantes.

-Chico. -El hombre de negro me coge por el hombro y me gira hacia él.

-Vámonos.

Puedo leer en sus ojos que ha visto mi mirada; una mirada perdida, lejana, como el que mira el mar y su profundidad, mirando a todos lados y a ninguna parte al mismo tiempo, sintiendo la nada y el todo a la vez. Respiro hondo, coger aire... expulsarlo. Coger aire... Expulsarlo. Nos encaminamos ambos hacia la salida del hospital por segunda vez, aunque, en esta ocasión, yo no opongo ninguna resistencia, ahora solo quiero salir de aquí, y cuanto antes.

-Chico, no te sientas mal. Se salvará, por tu bien. -Qué extraño, ¿por qué sentirá lástima de mi este ser?


-Gracias, supongo. -Mis palabras suenan tan bajas, tan fugaces, que parece que se las lleva el viento una vez salen de mi boca.

El hombre me sonríe, o al menos eso parece que hace. Durante esta conversación, si se le puede llamar así, hemos salido del hospital y llegado a lo que parece ser un coche policial de incógnito: un modelo común, con pintura metalizada negra, el interior tremendamente ordinario y de la gama de vehículos de este modelo con mejor motor. Se acerca al lado del pasajero, abre la puerta y me “invita” a entrar a base de empujones. La verdad, no sé por qué se molesta, no pensaba oponer resistencia... Cierra la puerta tras de mí y rodea el coche hasta el lado del conductor. Entra en el coche, se sienta y me mira de arriba abajo detenidamente durante unos segundos. Parece que busca algo en mí, quizá algún ápice de vida, pero no lo va a encontrar, al menos ahora.

-Eyland, ¿no?

Mantengo mi mirada al paisaje, sin tan siquiera inmutarme por su pregunta, sigo mirando a través de la ventanilla como mi vida se escapa y campa a sus anchas por cualquier lugar antes que volver a mi cuerpo. Al ver que no respondo, y que realmente no pienso hacerlo, se gira y se pone el cinturón. Puedo observar de refilón como, antes de girarse, hace una pequeña mueca de desilusión y dolor. ¡Dolor! ¡Por mí! ¡Si yo no valgo nada! Es ridículo... Arranca el coche y empezamos a movernos entre las calles de la ciudad. Realmente no sé cuál es nuestro destino, aunque tampoco sé por qué me dirijo a él, así que, ¿qué más da? Seguimos avanzando y yo continuo viendo escenas pasar: una mujer caminando sola por la calle, una familia apagando las luces de su casa, un perro ladrando a una rata, la luna escondiéndose entre las nubes, las estrellas apareciendo en el firmamento...

Llegamos a lo que parece una comisaría, aunque realmente no lo sé, son altas horas de la noche y y la iluminación es nula. Bajamos del coche, obviamente él antes que yo. Baja y me abre la puerta. Bajo del coche y nos dirigimos, sin mucha velocidad, y con menos ganas, hacia la puerta del edificio. Subimos los pequeños escalones ante la entrada y el hombre abre la puerta.

-Chicos, aquí Shaw, traigo al chico que buscábais.

Me obliga a entrar a lo que ya confirmo que es una comisaría, donde todos me miran fijamente, lo cual, aunque parezca increíble, no me incomoda en absoluto. Seguimos hacia delante, pasando por delante de varios despachos y mesas de una oficina tan gris como la vida veo yo.

-Shaw, déjamelo a mí. -Un hombre, el que parece ser el alto cargo de este lúgubre lugar, me posa la mano el el hombro y hace una seña a mi compañero de la última hora para que se dirija a otro sitio. -Vamos hijo, tengo que explicarte un par de cosas.

-Sí... No estaría mal.

Por fin una reacción, por fin un brote de vida en mi interior. Por fin soy capaz de articular palabra, echaba de menos esa sensación. Nos dirigimos hacia el final del deprimente edificio, hacia lo que parece ser una celda con una mesa al lado. ¿Eso es lo que me espera? ¿Una vil y simple prisión para mi sosegada alma? Quizá es lo que merezco.


-¿Ahí es donde voy? ¿A una celda?

-Eso parece, chico. -Saca unos papeles y me los pone delante de las narices. -Según estos informes, has hecho algo bastante grave.

-¿Pero qué es lo que se supone que he hecho? -La duda me corroe, puede más que la misma tristeza por el accidente de mi amigo.


-Siéntate hijo, ahora te lo cuento. 

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