domingo, 5 de octubre de 2014

Horizontes Nevados (XXXI)







VII
Axell

-¿Nos han dejado algo para comer estos salvajes? Porque no son miembros del Clan, ¿no? -Pregunta Spirit a la vez que coge una especie de cazuela se uno de los enormes cajones del escritorio.

-No lo son.

-Vaya... -Hace una media sonrisa, rápidamente reconvertida en una mueca triste.

-Sabes dónde está todo en este sitio, chico. -Se sonroja al instante.

-He estado bastante tiempo inspeccionando la cueva, mientras tú estabas por ahí hablando con tu hija. -¿Cómo se entera de todo? Y, además, ¿qué se cree? Apenas es un niño. -Pero no te desvíes, ¿la comida? -Niñato insolente...

-Sí... y no. Lo que viene a ser alimento poco, nos han dejado los huesos de lo que parece ser un pollo.

-Pues... -Se lleva los dedos a la barbilla y entrecierra su único ojo. “Buen trabajo, Eyland”, pienso, riéndome por dentro. -Podríamos hacer un caldo o algo así.

-¿Y de dónde pretendes sacar el agua? -Ahí te he dado.

-Estás rodeado de ella. Llueve a borbotones y la lluvia es potable, ¿recuerdas? -Se golpea la frente con la mano a modo de burla. ¿Podré convencer de algo a este crío engreído?

-Dame la cazuela. -Se la arranco de las manos. -Tú enciende un fuego, así harás algo útil, por una vez.

Ahí lo tienes, mocoso arrogante.”, pienso mientras le lanzo un mechero, el cual le cuesta coger, aunque consigue evitar que caiga al suelo. ¿Qué ha pasado con tus reflejos, mi joven amigo? ¿Es que el cuchillo de Eyland se llevó parte de ellos? Ah, que sí.

Río mientras abro la puerta trasera de la cueva y saco el brazo al exterior con la olla en la mano. El sonido metálico de lluvia golpeando en el interior de la cazuela es hasta relajante, pero me veo obligado a cortarlos a pocos segundos, está a punto de desbordarse.

-¡¿Qué estás haciendo, Engla?!

El repentino grito de Spirit hace que pegue un brinco y el utensilio se me resbale de las manos y choque contra el rocoso suelo, provocando un ruido estremecedor y, por supuesto, no sin antes calarme de arriba a abajo.

-Spirit... -Aprieto los dientes y vuelvo a llenarla de agua. -No tenía intención de ponerte en su contra, pero no me has dejado otra.

De la misma manera en que lo haría un toro en la plaza, entro en la cueva, casi levantando polvo. La furia me consume, pero soy el único adulto aquí, y he de comportarme como tal.

-¿Por qué has gritado? -Por dentro lo imito y chillo, aunque no lo exteriorizo.

-Lo siento. -Agacha la cabeza. ¿Dónde quedó tu fiereza, chico? -No quería que acabaras así. -Hace un barrido de mi cuerpo de arriba a abajo con la mano. Oh, ¿te has dado cuenta de que estoy mojado? Qué detalle.

-Da igual. -Respondo, mordiéndome el interior de la mejilla. -¿Has encendido un fuego ya o no?

-Por supuesto. -Se mueve hacia el centro de la cueva, como esperando a que me mueva para poder mostrármelo. ¿Qué se cree, agente inmobiliario?

-Bien... Era tu trabajo.

-Lo era, sí.

-Ahora lo es mantenerlo vivo. -No pienso permitir que quede mejor que yo.

-Cierto.

-¿Y la parejita feliz?

-Allí. -Señala una de las camas, donde Eyland y Engla duermen abrazados el uno al otro. ¿Qué está pasando aquí? -Han decidido tumbarse juntos.

-¿Y lo has permitido?

-No tenía más remedio... -¿Y este era mi aliado? Puede que me haga rabiar, pero se supone que era el fuerte de los tres...

-En fin... -Suspiro.

-Aún así lo intenté, aunque todo lo que conseguí fue que tú te mojaras.

-Me di cuenta. -Aprieto los dientes.

-Bueno, pongámonos con esto.

Me coge la olla de las manos y la pone sobre el fuego. Acto seguido, echa los restos del pollo en el agua, que al instante cambia de color a un tono más blanquecino. ¡Pero si ni siquiera ha empezado a hervir!

-Tú no cocinas mucho, ¿no?


-Pues no, ¿para qué mentir?

-Se nota. -Sonrío débilmente y me pongo yo a ello.

-Tenemos temas que tratar... -Su voz es apenas un suspiro, hasta para susurras es tan relajado como su padre. -Ahora que esos dos están dormidos.

-Quería preguntarte...

-No.

-¿Cómo que no?

-No le he dicho nada. -Cierra el ojo. -Si es eso lo que quieres saber.

-Gracias. -Asiento. ¿Cómo sabía que me refería a...?

-Pero tú a tu hija sí. -De verdad, ¿cómo lo hace?

-Yo no...

-Vamos... -Me corta. -Se le ve en la cara que odia a Eyland. -¿En serio? No me había fijado en eso. -Puede que actúe como siempre, pero tras sus ojos se aprecia el negro fuego del resentimiento.

-Así que fuego... Me gusta. -Sonrío. Sí, sé lo que dice. En breves explotará, y seré yo quien acelere el proceso. Aunque, quizá te sorprendas, Spirit.

-La has engañado bien, Fire. -Ahora toca pasar a la acción.

-Pero aún queda lo más importante.

-Oh. -Ríe, sin emitir sonido alguno. -Por supuesto. -¿Me ayudará? Claro que lo hará, le conviene.

-Tenemos que acabar con él.

-Y debe ser hoy. -Perfecto.

-¿Cómo se hará?

-Pues... -Se mete la mano en el bolsillo y saca una botella con un líquido color violeta. Debí haberlo registrado, podría haberlo usado contra mí. -Tengo un método.

-¿Veneno? -Sé que no eres tan cobarde. -¿Dónde has dejado las armas del Clan?

-Esas armas me dejaron... ciertas secuelas.

-Igualmente...

-No lo entiendes todavía.

Se quita el parche poco a poco, mirándome; es espantoso. En el lugar en el que antes hubo un ojo, ahora únicamente existe pus y sangre seca. ¿Hace cuánto que no se limpia eso? La bilis sube por mi garganta, pero me obligo a tragarla de nuevo.

-Está bien. -Asiento. -Pero tápate.

-Oh, ¿no te parezco guapo? -Hace una mueca de tristeza. -Qué pena. -Cubre de nuevo su cuenca vacía. ¿Cuándo dejarás de ser tan graciosillo, Spirit?

-Me sigue pareciendo poca cosa, tu forma de acabar con él.

-Es lo ideal. Él nos puso a todos el uno contra el otro. -Y yo pretendo hacer lo mismo.

-¿Y qué?

-Pues que este veneno hace que tu cuerpo se torne contra ti y te mata por dentro en cuestión de minutos, al menos en la cantidad adecuada. ¿No lo entiendes? Es la metáfora perfecta. -¿Desde cuándo te has vuelto poeta?

-Lo que tú tienes tampoco es mucho.

-Es suficiente para Eyland. -Esperemos.

-¿Y cuándo se hará?

-Ahora mismo. -Vierte el caldo de la olla en una especie de platos de plástico que va sacando de uno de los cajones. -Se lo ponemos en la sopa y...

-Y listo. -Sonrío abiertamente. -Me gusta.

-En ese caso... -Echa el contenido en un cuenco y le hace una marca. -Te toca ir a despertar a la parejita.

-Claro.

Me alejo de su lado y me dirijo a la cama donde ambos se abrazan. Desprenden cariño incluso a distancia, aunque siempre se dijo que del amor al odio hay un simple paso, ¿no? A ver qué pasa.

-Engla. Engla. -La sacudo por el hombro con cuidado por el hombro.

-¿Sí? -Abre un ojo y bosteza. -¿Qué pasa?

-Despierta, hija.

-Buenos días. -Esta vez responde Eyland, con un tono soñoliento y arruga un poco la nariz. -Huele a comida.

-Por eso os he despertado. La cena está ya.

-Perfecto. -Se levanta de un salto. -Vamos a comer.

-Habrá que ir. -Sonríe ella.

-Pues sí.

Le hacemos caso y lo seguimos hasta la improvisada cocina, donde Tyr se asegura de darle el plato que habíamos envenenado con anterioridad. Saldrá bien, tiene que salir bien, si no...

-Pues comamos. -Cojo una cuchara y pruebo la sopa. Sabe algo extraña, pero es un sabor exquisito.

-Que aproveche. -Eyland me imita. Ya has caído en la trampa. -Sonrío.

-Espero que os guste.

Dice nuestro joven cocinero, humildemente. ¿O no es él? Se me cierran los ojos, todo lo que tengo delante se vuelve borroso, ¿qué ocurre? Miro abajo y lo veo, la marca.

-Spirit...

Las palabras son apenas un suspiro, me cuesta respirar...

Y me encuentro con el suelo.

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