IX
Esto
está todo demasiado oscuro, ¿realmente salté a la espiral? ¿Seguro
que no fue un engaño de mi mente para hacer más llevadera la
muerte?
No
puedo moverme, mis oídos zumban y, aunque sé que mis ojos deberían
estar abiertos, lo único que soy capaz de ver es una abrumadora
oscuridad.
¿Es
así como se siente el dejar de vivir? Es algo parecido a la playa;
casi puedo oír las olas del mar rebotando en la orilla. Es algo
mágico, digno de ser vivido. Bueno, si es que estoy vivo.
Cuando
al fin soy capaz de abrir los ojos, la oscuridad sigue siendo el
mayor habitante de este lugar. Aunque, fijándonos bien, se ve algo
perturbada por una pequeña luz. Parece fuego, pero no estoy del todo
seguro de que lo sea.
Intento
moverme. Mis brazos son de ayuda, pero mis piernas siguen
inconscientes. Las golpeo una y otra vez esperando que respondan, no
sirve de nada.
Como
puedo, únicamente con las manos, me acerco poco a poco hacia la luz,
la cual parece más distante a cada brazada. Se siente como mis
padres dijeron cuando me hablaron de la muerte: es la persecución de
una luz que jamás eres capaz de alcanzar.
A
medida que me muevo hacia delante, mis piernas y mis oídos comienzan
a dar señales de vida y a responder. Consigo levantarme con ayuda de
algún tipo de estructura metálica que intuyo como una escalera.
Pronto, el zumbido desaparece, llevándose mi recuerdo del mar y
cambiándolo por un nuevo sonido.
Parece
una especie de canción ritual. No soy capaz de entender lo que
dicen, pero intuyo por el tono y el ritmo de la melodía que están
adorando a alguien. La cuestión es: ¿A quién? ¿A Tyr? ¿A Joseph,
quizá? De ser así, acercarme demasiado no es una buena decisión.
Intento
luchar conmigo mismo, en vano. Este sonido y esta luz me atraen como
si fuera una simple polilla.
-Tengo
que saber qué es.
Cada
vez estoy más cerca. Comienzo a poder visualizar siluetas entre las
sombras. Quizá no esté muerto, al fin y al cabo.
-¿Qué
haces aquí?
De
pronto, alguien me coge del brazo. Su voz es un simple susurro. No
puedo verle la cara, ni siquiera puedo adivinar si es hombre o mujer.
-Repito.
¿Qué haces aquí?
-Yo...
No lo sé del todo.
-Ya...
Claro... -No lo veo, pero sé que aprieta sus labios. -¿Quién eres?
-Soy
Eyland. Eyland Rise. -Trago saliva. -¿Quién eres tú?
-Eso
no te incumbe a ti.
-¿Eres
del Clan?
-¿El
Clan? ¿Qué clase de juego de críos es ese? -Con esta frase alza un
poco el tono de su voz, y consigo deducir que es una chica, y no muy
mayor.
-No
es un juego de críos, ellos quieren matarme.
-Y
yo te creo... Hasta mi hermano sabe que nunca te matan en los juegos
de niños.
-No
soy un niño.
-Te
comportas como tal.
De
pronto, los cánticos del ritual se frenan en seco y una enorme
silueta se alza frente a la antorcha que da la poca luz que hay a
este lugar.
-Vamos,
mi padre ha terminado.
-¿A
dónde?
-Al
ritual.
-¿Ahí?
Ni loco. -Me suelto de su agarre y me freno en seco.
-Tienes
que venir. -Ahora que estamos cerca de la luz puedo ver algo de ella
entre las sombras. Su cara es redonda y sus ojos brillan como una
estrella en el firmamento. -O vienes conmigo, o te llevo yo.
-Está
bien. Tranquila. -Me coge del brazo. -He dicho que iré.
-Es...
Por si cambias de opinión.
Poco
a poco y sin hacer ruido, caminamos cogidos por el brazo entre la
oscuridad de este sitio hacia el ritual. A medida que nos acercamos
veo a quién pertenece la silueta, la única que se ve ahora. Todos
están arrodillados delante suya, parece ser un dictador o algo por
el estilo.
-Él
es mi padre. Es el rey de Curanipe(1).
(1)
Curanipe: Antigua ciudad indígena americana, su nombre significa
Piedra Negra.
-¿Tú...
Tú eres la princesa?
-Así
es. -Asiente.
-¿Sorprendido?
-Un
poco.
Ríe
en voz baja y continuamos caminando. Pasamos entre la gente, somos
los únicos aquí que están de pie.
-Padre.
-La chica interrumpe el ritual.
-¿Qué
haces de pie, Anayansi(2)?
-He
encontrado a este chico merodeando por ahí. -El robusto hombre se
inclina -como puede, está muy gordo- y me mira.
-¿Lo
estás cogiendo del brazo? -Sus ojos se llenan de rabia.
-Sí.
-Me suelta rápidamente. -Lo siento, padre. Era por si escapaba.
-No
me vale de excusa. Sabes que en este lugar el contacto con hombres
está prohibido a no ser que sea conmigo o con alguien de tu familia.
-Sí,
padre. -Asiente y agacha la cabeza. Vaya poder tiene este hombre.
-Bueno,
¿y qué tenemos aquí?
Me
mira, me aparto de la princesa y me acerco poco a poco a él,
caminando. A medida que avanzo noto más el calor del fuego a su
espalda, no sé cómo no se asa con todas esas ropas de piel que
lleva encima.
-Soy
Eyland. Llegué aquí... Bueno, es complicado de explicar.
-Bueno
hijo, acércate.
Me
hace señas de que vaya hacia él y veo como todos abren la boca en
forma de sorpresa. ¿Tan raro es que me pida que lo siga? Una vez
llego a su posición, me rodea con su enorme brazo y nos gira,
dejándonos de espaldas a la multitud.
-No
sé quién eres, ni qué haces aquí. Pero, aquí, todas las mujeres
son mías. -Susurra.
-¿Suyas?
No lo entiendo.
-Aquí,
hijo, son todas vírgenes. Y las que no lo son, es porque yo lo he
decidido así, no sé si me entiendes.
(2)
Anayansi: Nombre de origen maya, se traduce como La Llave de la
felicidad.
-Lo
comprendo. -Asiento.
-Me
parece bien. -Sonríe y comienza a girarnos de cara al público de
nuevo. -Ah, por cierto, ya sabes lo que ocurrirá si tocas a mi hija.
Señala
a una especie de guillotina y sonríe de nuevo. Parece que me he
librado del Clan en ese lugar, pero este hombre es igual de siniestro
que Tyr.
Ahora
que presto atención, a excepción de unos pocos, todos aquí son
mujeres. Supongo que las ejecuciones aquí suelen ser algo habitual.
-Rey,
el chico puede dormir conmigo. -De pronto, una voz femenina se alza
desde el fondo de la sala.
-¿Contigo?
¿Por qué contigo? -La mujer se alza, es Anayansi. El monarca parece
más sorprendido como yo.
-Supongo
que... podemos ponerlo a prueba. -El rey sonríe y asiente.
¿Ponerme
a prueba? ¿De qué diablos hablan? Esto no puede ser bueno.
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