martes, 5 de agosto de 2014

Horizontes Nevados (XXII)






VII

-El líder de la zona. Él me habló de Impeesa.

-¿Y podemos verle?

-Tenemos que esperar a que todos estén en pie, ¿no?

-Sí, no sería mala idea. -Reímos.

-Iremos a su ayuntamiento, por llamarlo de algún modo, al amanecer.

-¿Y para eso queda mucho?

-Eyland, ¿cuándo te he enseñado yo a ser tan impaciente?

-Yo... -Me sonrojo y agacho la cabeza. -Lo siento.

En este momento me veo como lo que realmente soy, y no lo que hasta ahora he aparentado ser. ¿A quién pretendía engañar? Yo no soy el líder de una resistencia, ni un héroe, soy un simple chico que ni siquiera llega a la mayoría de edad. ¿Es que mi madre es la única que se da cuenta de eso?

-Tienes que comer algo. ¿Hace cuánto que no pruebas bocado?

-Pues ahora que lo dices... -Me ruge el estómago, y la sed también empieza a hacerse notar. -Desde antes del entierro de Lysandra.

-¡¿La hija de Axell está muerta?!

-”Oh, sí. Y tanto.”

Empezaba a echarte de menos, Adam...

-¿Cuándo? ¿Cómo?

-Hace dos días. -Respondo casi sin voz. Empieza a faltarme el aire. Odio hablar de ese tema.

-¿Qué pasó? -Miro al suelo.

-Preferiría no tener que contarlo. -Las palabras salen de mi boca, pero no soy consciente de haberlas pensado.

-Eh... -Alza la mano y parece que va a hacer una pregunta, pero no lo hace. -En la chabola en la que estabas hay comida. Desayuna.


-¿Y tú?

-Iré a avisar a todos.

-Como quieras.

Asiento y la veo alejarse hacia las otras cabañas. Tyr dijo que este lugar le recordaba a Tennō, obviamente no pasó demasiado tiempo allí. Sí, aquí las casas también son de madera, pero la isla flotante era un poblado bien organizado; esto, en cambio, es... No sé ni lo que es. Sí, ya sé: se podría decir que esto son los restos de una civilización que se trasladó, o al menos es lo que parece.

-“Te han dejado solo... Una vez más.” -Mierda, parece que disfruta haciéndome sufrir.

-Déjame en paz.

-“Deberías decir que te tienes que dejar.”

-Y ahora me soltarás el rollo de que tú eres y yo y bla bla bla. -Nada más lo digo, un horrible pitido me hace picadillo el oído mientras que comienzo a sentir una tremenda en la cabeza.

-“Recuerda lo poco que te gusta que la gente no sea respetuosa.” -Tiene razón, lo odio. Siempre lo he hecho, desde pequeño.

-¿Por qué me haces esto? -El sonido se hace aún más agudo y me veo obligado a apoyarme en el marco de la puerta para mantenerme en pie.

-“¿Todavía no entiendes que todo esto, como tú dices, lo provocas tú mismo?”

-No sé de queé me hablas.

-“Yo soy creación tuya. Estás loco, Eyland.”

-Y nunca me podré librar de ti, ¿me equivoco?

-“¿Alguna vez tuviste necesidad de acabar contigo mismo?”

-No. -¿Dónde quiere llegar?

-“Pues ahí tienes tu respuesta.”

-Sigo sin comprenderlo. -¿Está insinuando que me suicide?

-“Lo que quiero decir es que yo soy parte de ti y, por mucho que parezca raro o te asuste, debes aceptarme. Debes aceptar a tu nuevo yo.”

-Yo... Lo intentaré.

-“Bien.”


Dando la conversación interna por zanjada, me dirijo al interior de la cabaña y abro la nevera, la cual está muy echa polvo y tiene pinta de doblarme en edad. En su interior hay toda clase de alimentos, pero mis ojos no pueden apartarse de una caja de plástico de la tercera leja.

-No me lo creo.

La cojo y vacío su contenido en un plato de madera. Madre mía, cuánto tiempo sin comer esta variedad de fruta, diría que desde que era pequeño. Los recuerdos de tiempos lejanos y mejores invaden mi mente a cada bocado y, cuando quiero darme cuenta, casi he acabado y la gente comienza a aparecer por la puerta.

-Sabía que cogerías eso. -Dice mamá a la vez que saboreo el último gajo.

-Me encantaba de niño.

Y es como me siento en este momento, como un simple chico de apenas cinco o seis años, sentado a la mesa con su madre, como si nada de esto hubiera pasado. Realmente me gustaría revivir esa etapa, aunque fuera solo por un día.

-Has acabado ya, ¿no? -Engla interviene, cortando el flujo de mis dulces pensamientos.

-Así es. -Asiento.

-Pues tenemos temas que tratar hoy.

-Cierto. Vamos.

Me levanto de la mesa, dejo el plato en la cocina improvisada y salimos todos de la casa de madera: primero mamá, después Axell, luego Engla y yo, y por último Tyr. ¿Cuándo ha llegado aquí? Debería estar bajo vigilancia.

-No me mires así. -Levanta las manos. -Quiero ayudar.

-¿Por qué?

-Llámalo arrepentimiento, curiosidad, o como quieras, pero tengo que conocer la identidad de Impeesa.

-Bueno... -En una pelea seríamos tres contra uno, así que... -Como quieras.

Sigo a Axell y a mamá, cambiando constantemente de hierba a suelo rocoso. Esto no es una ciudad ni un pueblo, son cuatro maderas puestas directamente sobre un terreno apartado de una isla. No es complicado distinguir la casa del líder de la zona, ya que es como el doble de grande que el resto.

-Buenos días. -El jefe en persona nos recibe en la puerta. -Pasad y contadme.

-Pues verá... Estamos buscando a alguien. -Respondo de pronto.

-¿Y está aquí?

-Lo estuvo. -Interviene Axell. -Se trata de Impeesa.

-Oh, sí. Mi predecesor en este cargo.

-Pero se fue un día sin avisar. -Puntualiza el padre de Engla.

-Así es. -Asiente. -Y supongo que querréis saber cuál fue su destino.

-¿Lo sabe? -Dice Tyr, mirándolo con las pupilas muy dilatadas.

-Me temo que no. -El antiguo joven líder del Clan mira al suelo, decepcionado. -Pero... ¿Tú eres Eyland Rise?

-¿Yo? -Respondo. ¿Y esa pregunta?

-Sí. Antes de irse me dijo que, en el caso de que tú aparecieras buscándolo, te enviara a la biblioteca, donde dejó una especie de mensaje o algo así.

-¿Cómo? ¿Por qué yo?

-“Bingo. Premio gordo.”

-No lo sé. Simplemente me pidió que te lo contara.

-Entonces tenemos que encontrar ese mensaje para saberlo, ¿no? -Engla me mria y me guiña un ojo, sonriendo.

-Claro. -Le devuelvo la sonrisa.

-Pues vamos allá.

Salimos todos de la casa del líder de la zona y, tras una larga caminata entre una especie de bosque tropical, encontramos una enorme edificación de piedra, diría que mármol, en medio de un claro.

-Ya hemos llegado.

-¿Esto es la biblioteca? -Digo, para evitar que se note que me ha dejado con la boca abierta.

-Impresionante, ¿verdad?

Y echa a caminar hacia el interior.




Horizontes Nevados

-Llevamos horas buscando. ¿Seguro que está aquí?

-Eso me dijo él. -Responde el líder de la zona. -Y nunca me mintió.

-Pues pensemos. -Interviene mamá. -¿Por qué se caracterizaba ese tipo?

-Siempre iba con un lobo. Y siempre trabajaba hasta tarde, a pesar de que era el primero en llegar al trabajo todos los días.

-Yo he leído algo así... -Dice Engla. -Un momento. -Y sale disparada hacia una estantería lejana.

-Entonces se podría decir que es un amante de los lobos que duerme poco, ¿no?

-Así es.

-¡Aquí esta! -Grita desde el fondo de la sala y todos corremos hacia ella.

-¿Lo has encontrado?

-Supe que estaría aquí cuando él dijo esa frase. Mirad el título del libro.

Lo alza para que todos lo veamos y puedo leer con facilidad lo escrito en su lomo: “Los lobos no cierran los ojos”. Muy apropiado.

-Gran trabajo.

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