sábado, 20 de septiembre de 2014

Horizontes Nevados (XXVIII)






IV
Eyland

Aparto la maleza, la poca que hay, durante mi camino hacia la enorme cueva que vimos desde la nave. Es obvio que aquí ha habido alguien recientemente, incluso parece que se haya creado un sendero hacia ella.

-Tienes que estar atento. -Dice Engla, mirándome a los ojos. -Pueden estar en cualquier lugar. Nos tienen vigilados.

Seguimos por el allanado terreno durante unos minutos en silencio, mirando a todos lados cada vez que escuchamos un ruido, que suele ser el viento, en la mayoría de los casos. Este sitio... es particular.

-¿Sabes? -Le digo a mi querida compañera. -Esto me recuerda mucho a un lugar que solía visitar cuando era más pequeño.

-¿Con la familia? -Pregunta, con esa sonrisa Fire tan característica y bonita.

-Así es. -Asiento. -Me acuerdo perfectamente. Era una isla tropical, con un clima perfecto y unos bosques envidiables, parecidos a estos, pero mucho mejores.

Todavía guardo en mi mente ese momento que lo cambió todo, que nos hizo más fríos los unos con los otros:

-No subas ahí, Eyland. -Dijo papá. Pero yo no le hice caso.

-Vamos, primo. -Fue mi respuesta, aunque claro, no iba para mi padre. Tengo muy borrosa la imagen de su cara, la del que fue mi mejor amigo en la infancia.

-¡Ven aquí! -Chilló la tía.

Y nosotros desobedecimos y nos adentramos profundamente en la selva tropical, demasiado profundamente. Pasamos varios días allí perdidos, hasta que un día él no aguantó más.

-Tenemos que conseguir comida, Eyland.

-¿Dónde?

-Iré a cazar. Tú quédate aquí.

-Pero... -Dije, entre lágrimas.

-Volveré pronto. -Me sonrió. -Te lo prometo.


Pero no lo hizo. A la mañana siguiente aparecieron papá y mamá con los tíos y me encontraron en la cueva que había estado usando como refugio.

-¿Dónde está mi hijo? -Preguntó su madre.

-Pensé que estaba con vosotros... -Lloré. -Se fue a cazar ayer y... creí que os había encontrado y por eso tardaba tanto.

Volvimos a casa ese mismo día cinco personas, cuando a la ida habíamos sido seis. No se habló más del tema, aunque tampoco es que se hablara mucho más, en general. Poco tiempo después se mudaron de Niflheim y ya no los volví a ver, y de eso hace más de diez años.

¿Por qué lo dejé irse solo?

-¡Eyland! -Grita Engla.

-Lo siento, estaba recordando... -Respondo, casi sin voz.

-¿Cómo se llamaba la isla?

-Lofoten(1). Estaba al sur de Niflheim. Es esa pequeña a una esquina del mapa. La única que no hemos visitado todavía. De hecho, cuando huía de ti con la lancha, creí que acabaría allí en vez de en Tennō.

-Menuda coincidencia. -Ríe, pero creo que aún se siente mal por aquello. -¿Y se parece a esta?

-Realmente... Aquella era una gran selva. Esta, en comparación, es apenas un matorral.

-¿Y qué te parece llamarla así?

-¿Así cómo? -Respondo extrañado.

-Lunt. Quiere decir “matorral”.

-No es mal nombre. -Asiento.

-Claro que no. -Sonríe y señala al frente. -Mira ahí, la entrada a la cueva.

Seguimos por el cada vez más marcado camino hacia ella, esquivando troncos caídos a causa, posiblemente, de un fuerte temporal. A medida que nos acercamos se aprecia más la acción del ser humano en la zona: una puerta de madera, una especie de carretera para coches... Incluso se pueden ver algunos rayos de luz escapando del interior.

-Cuidado ahora. -Digo. -Pueden seguir ahí.

Engla asiente, saca su pistola a la vez que yo desenvaino mi cuchillo y da una fuerte patada, que destroza la entrada en miles de astillas. Tras ella, bajo la iluminación de dos hileras de antorchas hay... nada.

-Estamos solos. -Observo, mientras activo el comunicador para que Axell pueda oírnos.

-Han debido irse.

-Y hace poco, además. Hay restos de platos con carne asada a medio comer.

-Seguro que no es así. -Responde el padre de Engla. -Voy para allá.

-Vamos. -Corrige Tyr, y cortan la conexión.

-Mira. -Digo, señalando los restos de una hoguera. -Todavía sale humo.

-Han escapado ante nuestras narices.

A un lado de la enorme cueva hay una fila con unas cinco o seis camas a medio hacer, cada una con un pupitre a un par de pasos. La más cercana al enorme precipicio que vimos desde la nave parece ser la del líder, ya que su mesa es mucho más voluminosa. ¿Qué estarían haciendo aquí?

-La cosa es que esto me es realmente familiar. Pero no sé de qué.

-Si no lo sabes tú... -Me dejo caer sobre una de las camas y me fijo en que justo sobre la puerta, o lo que antes había sido una puerta, que hemos entrado hay un letrero de madera.

-Fíjate allí, al fondo.

-¿Qué dice? -Hago un esfuerzo para leerlo.

-Salida de... Emergencia. Creo que eso pone.

-¿Salida de Emergencia? -Se planta frente a mí.

-Así es. -Y es ahora cuando lo recuerdo todo. Ella estaba justo donde se encuentra ahora, y yo algo más atrás, con Anayansi. -Yo estuve aquí antes, y tú también. Durante mis viajes en espiral. Intentaste matarme.

-Es posible. Te lo confirmaría, pero ya no podemos controlar las espirales como hacíamos antes.

-¿Por qué?

-Capomafia cerró todas las vías y se llevó el código de seguridad a la tumba. -Mira al suelo.

-Mierda. -Cierro el puño y golpeo la cama.

-¿A qué viene tanto cabreo, Eyland? -Tyr aparece en la entrada de la cueva, seguido de Axell.

-Solo... Acabo de enterarme de lo de las espirales.


-Oh sí, mi tío. Qué lata, eh. -Se ríe. -Bueno, seguimos teniendo las naves.

-Ahí tiene razón. -Responde Fire. ¿Desde cuando se llevan tan bien estos dos?

-Eyland yo... -Susurra Engla. -Lamento todo lo que te hice.

-No es nada. -Me abraza, y puedo ver a su padre fruncir el ceño.

-Te quiero.

-Lo sé. -Asiento. -Yo también a ti.

-Cuánto amor... -Dice Tyr. -¿Pero además de tontear habéis descubierto algo útil?

-No mucho. -Respondo. -Estaban aquí hasta hace nada, pero se fueron en cuanto llegamos a la isla.

-¡Maldita sea! -Grita Axell.

-Tranquilo.

-Eso, tranquilo, papá. -Me sigue Engla.

-Volvemos a Agder. -Se gira y se dirige a la nave.

-Espera, espera. ¿Y luego qué? -Interviene Tyr. -Aquí podría haber información que nos permita saber dónde han ido, ¿no crees?

-Mmm... -Lo sopesa durante unos segundos. -Visto así...

-Claro. -Sonríe de medio lado. -Vamos a buscar.

Y así, nos disponemos todos a registrar la enorme cueva en la que nos encontramos. Mientras que Engla y su padre se centran en los alrededores, el que fue mi mejor amigo y yo nos encargamos de la galería en sí.

-Mira en los pupitres. -Digo. -Yo voy a ver por allí.

Me dirijo hacia la zona más externa, el acantilado, en busca de alguna huella o algo que me pueda hacer saber qué rumbo tomaron. Tras varios minutos inspeccionando, decido abandonar y vuelvo a la gran habitación. Pero entonces...

-Oh, no.

Se escucha un crujido y la piedra sobre la que estoy plantado empieza a resquebrajarse por diferentes lados. Las grietas cubren una gran parte del terreno, por lo que no puedo moverme y caigo al vacío. Cierro los ojos.

-Eh. -Esperaba morir, pero algo o alguien ha frenado mi vuelo. -Ha faltado poco.



-¿Tyr? -Abro los ojos y lo veo, con sus claros ojos preocupados, agarrándome por el brazo. -¿Me has ayudado tú?

-Así es. -Tira de mí y me devuelve a tierra firme. -Ya son muchas veces las que he intentado matarte, tenía que salvarte al menos una.

-¿Por qué? -Pregunto atónito.

-Llámalo deber. Además, justo ahora acabo de encontrar algo.

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