IV
Eyland
Aparto
la maleza, la poca que hay, durante mi camino hacia la enorme cueva
que vimos desde la nave. Es obvio que aquí ha habido alguien
recientemente, incluso parece que se haya creado un sendero hacia
ella.
-Tienes
que estar atento. -Dice Engla, mirándome a los ojos. -Pueden estar
en cualquier lugar. Nos tienen vigilados.
Seguimos
por el allanado terreno durante unos minutos en silencio, mirando a
todos lados cada vez que escuchamos un ruido, que suele ser el
viento, en la mayoría de los casos. Este sitio... es particular.
-¿Sabes?
-Le digo a mi querida compañera. -Esto me recuerda mucho a un lugar
que solía visitar cuando era más pequeño.
-¿Con
la familia? -Pregunta, con esa sonrisa Fire tan característica y
bonita.
-Así
es. -Asiento. -Me acuerdo perfectamente. Era una isla tropical, con
un clima perfecto y unos bosques envidiables, parecidos a estos, pero
mucho mejores.
Todavía
guardo en mi mente ese momento que lo cambió todo, que nos hizo más
fríos los unos con los otros:
-No
subas ahí, Eyland. -Dijo papá. Pero yo no le hice caso.
-Vamos,
primo. -Fue mi respuesta, aunque claro, no iba para mi padre. Tengo
muy borrosa la imagen de su cara, la del que fue mi mejor amigo en la
infancia.
-¡Ven
aquí! -Chilló la tía.
Y
nosotros desobedecimos y nos adentramos profundamente en la selva
tropical, demasiado profundamente. Pasamos varios días allí
perdidos, hasta que un día él no aguantó más.
-Tenemos
que conseguir comida, Eyland.
-¿Dónde?
-Iré
a cazar. Tú quédate aquí.
-Pero...
-Dije, entre lágrimas.
-Volveré
pronto. -Me sonrió. -Te lo prometo.
Pero
no lo hizo. A la mañana siguiente aparecieron papá y mamá con los
tíos y me encontraron en la cueva que había estado usando como
refugio.
-¿Dónde
está mi hijo? -Preguntó su madre.
-Pensé
que estaba con vosotros... -Lloré. -Se fue a cazar ayer y... creí
que os había encontrado y por eso tardaba tanto.
Volvimos
a casa ese mismo día cinco personas, cuando a la ida habíamos sido
seis. No se habló más del tema, aunque tampoco es que se hablara
mucho más, en general. Poco tiempo después se mudaron de Niflheim y
ya no los volví a ver, y de eso hace más de diez años.
¿Por
qué lo dejé irse solo?
-¡Eyland!
-Grita Engla.
-Lo
siento, estaba recordando... -Respondo, casi sin voz.
-¿Cómo
se llamaba la isla?
-Lofoten(1).
Estaba al sur de Niflheim. Es esa pequeña a una esquina del mapa. La
única que no hemos visitado todavía. De hecho, cuando huía de ti
con la lancha, creí que acabaría allí en vez de en Tennō.
-Menuda
coincidencia. -Ríe, pero creo que aún se siente mal por aquello.
-¿Y se parece a esta?
-Realmente...
Aquella era una gran selva. Esta, en comparación, es apenas un
matorral.
-¿Y
qué te parece llamarla así?
-¿Así
cómo? -Respondo extrañado.
-Lunt.
Quiere decir “matorral”.
-No
es mal nombre. -Asiento.
-Claro
que no. -Sonríe y señala al frente. -Mira ahí, la entrada a la
cueva.
Seguimos
por el cada vez más marcado camino hacia ella, esquivando troncos
caídos a causa, posiblemente, de un fuerte temporal. A medida que
nos acercamos se aprecia más la acción del ser humano en la zona:
una puerta de madera, una especie de carretera para coches... Incluso
se pueden ver algunos rayos de luz escapando del interior.
-Cuidado
ahora. -Digo. -Pueden seguir ahí.
Engla
asiente, saca su pistola a la vez que yo desenvaino mi cuchillo y da
una fuerte patada, que destroza la entrada en miles de astillas. Tras
ella, bajo la iluminación de dos hileras de antorchas hay... nada.
-Estamos
solos. -Observo, mientras activo el comunicador para que Axell pueda
oírnos.
-Han
debido irse.
-Y
hace poco, además. Hay restos de platos con carne asada a medio
comer.
-Seguro
que no es así. -Responde el padre de Engla. -Voy para allá.
-Vamos.
-Corrige Tyr, y cortan la conexión.
-Mira.
-Digo, señalando los restos de una hoguera. -Todavía sale humo.
-Han
escapado ante nuestras narices.
A
un lado de la enorme cueva hay una fila con unas cinco o seis camas a
medio hacer, cada una con un pupitre a un par de pasos. La más
cercana al enorme precipicio que vimos desde la nave parece ser la
del líder, ya que su mesa es mucho más voluminosa. ¿Qué estarían
haciendo aquí?
-La
cosa es que esto me es realmente familiar. Pero no sé de qué.
-Si
no lo sabes tú... -Me dejo caer sobre una de las camas y me fijo en
que justo sobre la puerta, o lo que antes había sido una puerta, que
hemos entrado hay un letrero de madera.
-Fíjate
allí, al fondo.
-¿Qué
dice? -Hago un esfuerzo para leerlo.
-Salida
de... Emergencia. Creo que eso pone.
-¿Salida
de Emergencia? -Se planta frente a mí.
-Así
es. -Y es ahora cuando lo recuerdo todo. Ella estaba justo donde se
encuentra ahora, y yo algo más atrás, con Anayansi. -Yo estuve aquí
antes, y tú también. Durante mis viajes en espiral. Intentaste
matarme.
-Es
posible. Te lo confirmaría, pero ya no podemos controlar las
espirales como hacíamos antes.
-¿Por
qué?
-Capomafia
cerró todas las vías y se llevó el código de seguridad a la
tumba. -Mira al suelo.
-Mierda.
-Cierro el puño y golpeo la cama.
-¿A
qué viene tanto cabreo, Eyland? -Tyr aparece en la entrada de la
cueva, seguido de Axell.
-Solo...
Acabo de enterarme de lo de las espirales.
-Oh
sí, mi tío. Qué lata, eh. -Se ríe. -Bueno, seguimos teniendo las
naves.
-Ahí
tiene razón. -Responde Fire. ¿Desde cuando se llevan tan bien estos
dos?
-Eyland
yo... -Susurra Engla. -Lamento todo lo que te hice.
-No
es nada. -Me abraza, y puedo ver a su padre fruncir el ceño.
-Te
quiero.
-Lo
sé. -Asiento. -Yo también a ti.
-Cuánto
amor... -Dice Tyr. -¿Pero además de tontear habéis descubierto
algo útil?
-No
mucho. -Respondo. -Estaban aquí hasta hace nada, pero se fueron en
cuanto llegamos a la isla.
-¡Maldita
sea! -Grita Axell.
-Tranquilo.
-Eso,
tranquilo, papá. -Me sigue Engla.
-Volvemos
a Agder. -Se gira y se dirige a la nave.
-Espera,
espera. ¿Y luego qué? -Interviene Tyr. -Aquí podría haber
información que nos permita saber dónde han ido, ¿no crees?
-Mmm...
-Lo sopesa durante unos segundos. -Visto así...
-Claro.
-Sonríe de medio lado. -Vamos a buscar.
Y
así, nos disponemos todos a registrar la enorme cueva en la que nos
encontramos. Mientras que Engla y su padre se centran en los
alrededores, el que fue mi mejor amigo y yo nos encargamos de la
galería en sí.
-Mira
en los pupitres. -Digo. -Yo voy a ver por allí.
Me
dirijo hacia la zona más externa, el acantilado, en busca de alguna
huella o algo que me pueda hacer saber qué rumbo tomaron. Tras
varios minutos inspeccionando, decido abandonar y vuelvo a la gran
habitación. Pero entonces...
-Oh,
no.
Se
escucha un crujido y la piedra sobre la que estoy plantado empieza a
resquebrajarse por diferentes lados. Las grietas cubren una gran
parte del terreno, por lo que no puedo moverme y caigo al vacío.
Cierro los ojos.
-Eh.
-Esperaba morir, pero algo o alguien ha frenado mi vuelo. -Ha faltado
poco.
-¿Tyr?
-Abro los ojos y lo veo, con sus claros ojos preocupados, agarrándome
por el brazo. -¿Me has ayudado tú?
-Así
es. -Tira de mí y me devuelve a tierra firme. -Ya son muchas veces
las que he intentado matarte, tenía que salvarte al menos una.
-¿Por
qué? -Pregunto atónito.
-Llámalo
deber. Además, justo ahora acabo de encontrar algo.
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