martes, 22 de julio de 2014

Horizontes Nevados (XVII)






II

-¿Quieres decir que mi mente está perfectamente?

-Es obvio que no. -Ríe Tyr. -Pero no es cosa mía.

-Entonces la voz...

-Oh, que oyes a alguien en tu cabeza... -Sonríe de medio lado. -Interesante.

-¿Qué tiene de gracioso?

-Que yo ni sé ni quiero provocar ese tipo de efectos colaterales.

-Bueno, vamos.

Engla coge a su ex compañero del brazo y lo empuja sobre la nieve por las calles de Niflheim.

Lo que sea que me pasa... Él no ha hecho esto. Y eso solo significa una cosa: que voy a tener que encontrar la manera de pararlo por mí mismo, y no creo que sea tarea fácil, ni mucho menos.

-Eyland. -Dice la joven desde la distancia.

-¿Sí?

-“No debes confiar en ella.” -Me recuerda la voz en mi cabeza.

-Cállate. -Le respondo. -Yo la quiero.

-Espérame en la plaza. Tenemos acto oficial.

Me guiña un ojo, se gira, por lo que está de espaldas a mí, y se aleja agarrando a Tyr de la camiseta del Clan. Como puedo, mareado, sin saber por qué, comienzo a caminar hacia la zona acordada. Todo a mi alrededor da vueltas, parece caérseme encima y luego alejarse estrepitosamente.

-¡Esto es cosa tuya, ¿verdad?! -Pregunto a gritos.

-“¿Hablas conmigo?”

-No, es que me apetecía chillarle a mi vecina muerta...

-“Siempre sarcástico Eyland. Interesante”

-¿Qué tiene de...?

Y, así, sin dejarme tan siquiera terminar de pronunciar la frase, un dolor inmenso de cabeza me invade, paralizándome y haciéndome caer al suelo. Necesito que acabe ya esto. Sea lo que sea que me ocurre, no es ni por asomo comparable a cualquier tortura, ni siquiera a la que me sometió Shaw aquí hace no mucho tiempo.

Entierro mi rostro en la gélida nieve, con la esperanza de que refresque un poco mis ideas y me devuelva algo de cordura y cierro los ojos, buscando así un breve instante de soledad en este mundo que ahora siempre será para dos.

No. Tengo que ir, se lo prometí a Engla.

Me levanto con energía, el frío parece ser que me ha devuelto la poca vida que me quedaba después de tanta lucha sin verdadero sentido. Aún no llego a comprender a qué ha venido tanta persecución, tantas ganas de acabar con mi persona. Y lo peor de todo es que el único que lo sabe realmente es Tyr, y no tiene intención de soltar prenda.

-Tengo que enterarme.

Guiado más por las ganas de conocer que por mi propio cuerpo, me dirijo hacia la plaza central de Niflheim, donde en un pasado estaba el hostal en el que vivía, ahora reconvertido en el centro de operaciones gubernamentales de Neo-Niflheim.

Tras varios minutos peleándome con mi cabeza y mi cuerpo para caminar recto y desembarazarme de la sensación de mareo, llego al centro urbano de la nueva ciudad, donde un gran número de personas se ha reunido en torno a lo que parece ser un escenario.

-Y aquí está Eyland Rise, líder de la Resistencia.

Mientras Olaf pronuncia estas palabras y todo el mundo se gira para mirarme, una llama, la llama de la Revolución, igual a la que hay bordada en mi brazalete, aparece en una pantalla gigante. Vaya, esto ha avanzado mucho desde que me fui.

Me dirijo hacia la parte alta del tablado, apoyándome en la barandilla que han puesto ahí a propósito. Es un alivio saber que no me voy a caer desmayado aquí y ahora. Todos aplauden mientras llego al atrio.

-Bueno. -Continúa el hombre robusto. -Ya estamos todos. -Y en la pantalla aparece un letrero que dice “Resistencia” con letras envueltas en llamas.

-“Ya sabes lo que tenemos que hacer, ¿no? -Decido ignorar la voz.

-Ahora, Engla os dará una importante noticia. -Se gira hacia mí. -Y luego Eyland os dirá unas palabras de ánimo.

-“Oh, que bonito. La chica que antes era la líder del Clan ahora tiene el control sobre la Resistencia, ¿cómo afectará eso a nuestra situación?

-Cállate. -Respondo susurrando.

-Muchas gracias, Olaf.

Engla se dirige al atrio con sus finos y delicados andares... Maldita sea, esta chica es sensual, ¿cuándo se ha vuelto tan provocativa? Estoy mordiéndome el labio mientras la miro y no puedo evitarlo.

-“Es un ángel, ¿verdad?” -Y, sin previo aviso, una luz aparece tras de sí, iluminándola con un aura celestial.

-Habitantes de Niflheim, guardias del Clan, tengo algo que deciros. -Comienza su discurso. -Seré breve, pero lo que diré os complacerá a todos.

-“Atento a esto.”

Parpadeo y, justo al lado de Engla, aparece Tyr, con su piel mucho menos bronceada que nunca y habiendo perdido sus rizos todo su color rubio. ¿Cuándo ha llegado ahí? ¿Estuvo todo el tiempo?

-¿Cómo haces estas cosas? -Susurro a mi mente.

-“Las creas tú.”

-Y por último... -Vaya, parece que me he perdido gran parte del discurso mientras discutía conmigo mismo. -A partir de este momento, El Clan queda disuelto. Sois todos libres de hacer lo que os venga en gana.

¡¿Qué?! ¿Cómo se ha llegado a esto? Tyr parece destrozado, casi a punto de llorar. Si pretendían hacerlo sentir mal, esta esa la mejor forma de conseguirlo. Entre la gente se escuchan susurros, gritos, pero a nadie parece disgustarle la idea.

-Y ahora, cedo la palabra a mi compañero sentimental y líder conjunto de la Resistencia, Eyland Rise. -La gente aplaude y Engla se aparta, dejándome camino libre.

-“¿Has oído eso? Esa perra dice que es tu novia, y además vas a tener merodeando por aquí a todos los del Clan.”

-Déjame.

Por fin llego al atrio y lo uso como punto de apoyo. Si me sujeto a esta estructura de madera no desfalleceré. No puedo mostrarme como alguien débil, y menos aún delante de tantas personas que me tienen como un héroe.

-“¿Héroe? Para ellos no eres más que otro que los mangonea. En el fondo todos te odian, en especial los del Clan.”

He de reconocer que no me gusta nada tener a esos guardias caminando a sus anchas por las calles de mi ciudad natal, pero Engla lo ha decidido así y tengo que respetar su veredicto.

-”Ella es la peor de todas. Ella te quiere muerto, lo intentó en varias ocasiones.”

-Tienes razón. -Y arranco a hablar.


-Hace mucho tiempo yo vivía en esta misma ciudad. Era un lugar feliz y tranquilo, donde los niños podían jugar en la calle sin tener que preocuparse por nada. -Y empiezo a gritar sin previo aviso. -¡Y todos vosotros destrozasteis ese bonito lugar! ¡Empezasteis una güera que acabó con miles de vidas y ahora la zona donde yo crecí ya no existe!

-“Eso es, alimenta tu rabia.”

-Yo... Yo... -Respiro forzosamente. -¡Yo os odio a todos vosotros!

Tiro el micro al suelo, provocando un ruido ensordecedor y bajo del escenario.

-“Bien hecho, amigo.”




Horizontes Nevados

La ceremonia por el funeral de Lysandra comienza con una vieja canción, propiedad del Clan, y encendiendo velas por toda la pequeña instancia. Todos están sentados en amplias butacas, cerca del sarcófago de madera, pero yo prefiero observarlo todo en la distancia, de pie apoyado en una de las paredes de la sala.

-“¿Ves a esa chica de allí?” -La voz en mi cabeza vuelve a contactar conmigo. Llevaba tiempo sin hacerlo, y claramente no lo echaba de menos. -“¿La ves?”

-Claro que la veo. -Respondo, pero sin hablar.

-“Tú la mataste.”

¿Crees que no lo sé? ¿De verdad piensas que no me siento culpable por su muerte?

-“Eres muy responsable de este mismo entierro.”

-¿Y tú qué?

-¿Querías decir algo, Eyland? Es el momento para hacerlo.

Oh, vaya, qué situación. Por lo visto Olaf llevaba un rato dando un sermón acerca de la vida, de lo efímera e inesperada que es en muchos casos, y ahora había pedido a la gente que quisiera hablar que se levantara y lo hiciera.

-Yo... Realmente...

-“Habla. Cuéntales a todos que tú lo hiciste.”

-¿Sabes qué? Lo voy a hacer.


Me levanto de mi lugar apoyado en la pared y me dirijo hacia el lugar predispuesto para los discursos, justo al lado del ataúd en el que se encuentra Lysandra. O eso creo, porque en ningún momento ha estado abierto.

-Yo... -Me acerco más al micro e intento que no se note el desgarro de mi voz. -Yo en un principio no tenía la intención de decir esto. No tenía ningunas ganas de hablar en este entierro, para ser francos.

-“Venga, hazlo.”

Cállate.

-Pero... -Lágrimas empiezan a caer por mi rostro. Esto no puede acabar bien. -Pero alguien me convenció de lo contrario.

De pronto, todos miran hacia la primera fila, donde están sentados Engla, Axell y Olaf. Supongo que intentan decidir cuál de ellos me hizo cambiar de opinión, pero en realidad nunca lo sabrán, ya que fue la misma Lysandra. Es un alivio, porque aprovecho este pequeño instante de soledad para limpiarme los ojos.

-Yo... Yo maté a esta chica de aquí. -Señalo al sarcófago de madera a mi espalda. -La asesiné a sangre fría.

Las caras de la gente son de completa incredulidad. Algunos tienen una expresión triste y, otros, en cambio, me miran con desprecio. Pero todos tienen en común el gesto de sorpresa. Todos menos Tyr, él simplemente sonríe desde el fondo de la sala, ¿cuándo ha venido aquí? ¿Estuvo todo el tiempo a pocos metros de mí y no me di cuenta?

-Acabé con ella, sí. -Mi voz se rompe de pronto. -Pero me siento más arrepentido que de cualquier otra cosa en este mundo. No tenía control completo de mis actos cuando pasó, pero yo fui quien lo hice de forma premeditada, así que no me voy a quitar ninguna culpa.

Doy un barrido con la vista por toda la primera hilera de sillas y cruzo la mirada con Engla. Ella cambia su expresión triste por esa radiante sonrisa tan típica de su familia y me dice “sé fuerte”, aunque sin voz.

-Yo quise mucho a esa chica, ¿saben? Fue una gran compañera, pero una mejor amiga. Es una de las personas que me alegro realmente de haber conocido, aunque fuera en unas circunstancias tan extrañas.

-“Oh, vamos. Tú solo te quieres a ti mismo.”

Déjame en paz.

-“Es cierto.”

No, no lo es. Yo me odio.

-“Tú me odias.”

¿Y no es lo mismo?

-Adiós, querida Lysandra. Siempre te llevaré en mi helado corazón.

Me doy un beso en la punta de los dedos y los apoyo en el ataúd. Parece que todos entienden el gesto, ya que aplauden mientras vuelvo a mi lugar cerca de Tyr, apoyado en la pared.

Lo que sigue realmente no es importante, un discurso de Axell hablando de que, aunque no pasó tanto tiempo con ella como habría querido, era su hija y le dolía profundamente su muerte. Ni una sola lágrima.

Engla, en cambio, fue todo lo contrario. Su imagen de chica dura se desvaneció y se puso a llorar en cuanto pronunció la primera palabra de su discurso. No pudo ni tan siquiera acabar de pronunciarlo.

Como punto final, Olaf volvió a repetir el rollo de la vida y la muerte del principio del entierro. Ni siquiera me molesté en escucharlo. No me interesaba en absoluto, y Tyr estaba especialmente inquieto.

Después el ataúd pasó a una cámara con paredes de cristal y allí ardió profundamente hasta que tan solo quedaron sus cenizas. Mientras pasaba, yo ignoraba a la voz de mi cabeza y deseaba que Lysandra fuera como el ave Fénix y reapareciera ahí mismo, con su preciosa sonrisa y su alegría sin mesura. Pero no fue así.

Pasada toda la ceremonia, me dirigí a su antiguo cuarto. Era el lugar que me hacía sentir más cercano a ella, y el único en el que de verdad estaba seguro, o al menos eso parecía ser así.

-Sabía que vendrías aquí.

-Es que me conoces demasiado, Engla. -Sonrío sarcástico.

-Eyland, yo... -Se sienta a mi lado y me abraza. -Sabes que siempre voy a estar para ti, estés loco o simplemente asustado, siempre voy a ayudarte.

-“Hipócrita.” -Y, por una vez, le doy la razón.

-Te quiero. -Me da un beso. -Y no pienso volver a dejarte ir.

-Gracias. -Las palabras, aunque no fueran ciertas, me hacían sentir algo mejor.

-¿Qué fue lo que pasó realmente?

-No lo recuerdo del todo. Me acuerdo de entrar en la casa, de ver allí a Tyr con una aguja llena de un líquido amarillento, y de poco más.

-El control mental. Hemos estado trabajando en ello durante las últimas semanas. ¿Cuándo lo terminó?

-No lo sé. Siento no ser de más ayuda.

-No pasa nada, cielo. -Me pone la mano sobre la mejilla.

-¿Y qué va a pasar con él ahora?

-Pues... -Le cambia la cara de pronto. Deja de ser la chica dulce que venía siendo hace unos días y pasa a ser la mujer dura que conocí. -Vamos a hacer algo divertido con él.

-¿De qué se trata?


-Vamos a torturarlo para que hable. 

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