II
-¡Haruka,
tienes que venir! ¡Es horrible!
Un hombre
anciano aparece detrás de la puerta. No puedo verlo del todo bien,
ya que la poca luz que nos proporcionan la lámpara del techo y la
vela de al lado de mi cabeza a penas le ilumina la cara. Aun así,
soy capaz de apreciar que tiene una barba gris tirando a blanca
similar a la de un chivo y consigo ver las arrugas que se forman en
los laterales de su boca mientras habla.
-¡Padre!
¡Padre! ¿Qué ha pasado? -Haruka se levanta de mi lado y sale
corriendo hacia la puerta de la sala.
-Haruka, hija.
-Hace una pausa para coger aire y recomponerse un poco. -Ha ocurrido
algo horrible. -El hombre mayor mira al suelo.
-¿Pero qué es,
padre?
-El cultivo...
La aldea...
-Maldita sea
padre, ¿qué ha pasado? -Es la primera vez que veo una expresión
que no sea una sonrisa o una mueca de dolor en el rostro de la chica.
-Te cuento por
el camino. Vamos. -La agarra de la mano y la saca de forma delicada
de la habitación.
-¡Esperad!
-Alzo mi mano y se frenan en el umbral del pórtico de madera. Voy
con vosotros.
Me uno a ellos y
salimos a la calle. Una aldea completamente tranquila en armonía con
la naturaleza. Plantas, animales, seres humanos y la luz del alba en
completa compenetración natural.
Armonía rota
violentamente por un humo negro que sale de una de las casas a pocos
metros de nosotros, en una parte cercana de la aldea de Tennō.
-Esto.
-Hace una pausa dramática. -Es lo que pasa. -El anciano padre de
Haruka señala el humo con la mano.
-Oh.
-La joven repite la expresión de dolor que puso cuando le conté
acerca de la contaminación de Niflheim. -Es horrible.
-Sí,
lo es. -La cojo de los hombros, casi abrazándola. -Tranquila.
-Gracias.
-Gira su cabeza hacia mí y pone una de sus manos sobre la mía. Todo
sin dejar de sonreír.
-Y
ahora. -La miro a los ojos y cambio el tono de mi voz a uno más
serio. -Vamos a hacer algo al respecto.
Me
separo de ella y la dejo con su anciano padre en el porche de la casa
en la que me estaba recuperando del golpe y de mis heridas.
Se
me hace muy extraño esto de no sentir dolor mientras corro. ¿Qué
demonios me han dado? Me gusta esta cosa, la quiero para casa.
A
medida que voy llegando a la zona del incendio, me voy cruzando con
unos de los pocos habitantes de esta aldea. Todos parecen iguales,
todos me miran con asombro, me ven como un extraño. Y no se lo
niego.
Todos
ellos tienen un aspecto similar: pelo negro o gris -dependiendo de su
edad-, corto en los hombres y largo a la altura del pecho en las
mujeres, todos con el pelo completamente liso.
Llego
a la zona donde está activo el fuego, el calor se hace notar en mi
blanca y pálida piel. Las llamas están más o menos aisladas, pero
parece saber qué hacer para apagarlas.
-¿Tenéis
cubos de plástico? -Pregunto.
-¿Y
tú quién eres? -Uno de los hombres me mira impasivo.
-Pues,
posiblemente, el que salve este sitio.
-¿Y
cómo vas a hacer tal cosa? -Su cara toma expresión por fin, una
expresión no muy agradable, he de decir.
-Tenéis
agua en las casas, ¿no?
-Claro.
-Me mira extrañado.
-¿Y
tenéis cubos de plástico?
-¿Plástico?
No sé lo que es eso.
-Ah,
ya, claro, la diferencia de mundos. ¿Tenéis algún recipiente para
llevar el agua que sea más o menos grande?
-Tenemos
esto. -Señala lo que parecen ser unos cubos de madera. -Si sirve..
-¿En
serio? -Estaba preguntando por eso... Bah, da igual. -Sí, eso sirve.
Que cada persona coja uno, lo llene de agua y lo traiga aquí.
-Está
bien. -Se gira. -¡Oídme todos! ¡Quiero que cojáis uno de estos
recipientes por persona! -Señala los cubos. -¡Y los llenéis de
agua, como sea! ¡Rápido!
Los
aldeanos hacen caso inmediato y, en cuestión de segundos, las calles
están vacías de gente.
Este
hombre parece ser el líder de este lugar, algo así como un alcalde,
algún tipo de gobernador.
-Hemos
confiado en ti. -Me mira con algo más de alegría en este momento.
-No nos falles ahora, forastero.
-No
lo haré.
Mientras
hablamos, la gente sale de sus casas y se va parando con sus cubos
llenos de agua cerca del fuego ahora algo más extendido.
-¿Ya
estamos todos? -El gobernador alza la voz. -Bien. Ahora vamos a hacer
dos grupos. Uno más grande y otro más pequeño. Iros dividiendo.
El
alcalde los divide en dos grupos, uno de unas cinco personas y otro
de treinta, aproximadamente.
-Yo
me quedaré con el primer grupo. -Tomo yo la palabra. -Rodearemos el
fuego y lanzaremos todos el agua a la vez hacia él. Luego, el
segundo grupo apagará las zonas localizadas en las que queden
brasas, si quedan.
Tras
este proceso, el incendio se reduce a simples cenizas. Hemos
conseguido apagarlo, pero la casa que cubría se ha visto muy
perjudicada, suerte que los que vivían allí consiguieron salir a
tiempo.
-Lo
has conseguido, Shinjin(1).
-Haruka se acerca a mí y me abraza fuerte.
-¿Shinjin?
-Miro a la joven entre mis brazos.
-Claro,
has salvado nuestra aldea.
-Sí,
supongo. -Miro al suelo.
-¡Lo
has hecho! -Me besa. Espera, ¿acaba de darme un beso? ¿Por qué?
-Gracias por eso.
-De
nada. -Sueno asombrado tras el contacto.
Haruka
sonríe y se aleja de mí poco a poco hasta que se confunde entre los
demás y similares aldeanos.
-¡Habitantes
de Tennō! -El gobernador se alza, y, con él, su voz. -¡Démosle la
bienvenida a este chico, que llegó de la nada y nos ha salvado sin
pedir nada a cambio!
Se
escuchan gritos y clamores. La gente aplaude y vocifera por mí,
aunque ni siquiera saben cómo me llamo. Esto se siente algo bien,
supongo que podría acostumbrarme a vivir así.
(1)
Shinjin: Sobrenombre que daban las antiguas mujeres japonesas de la
Edad Media a los samuráis. Se traduce como héroe.
No.
Ahora la fama es lo que menos importa. Ahora lo que más debo tener
presente es que me han aceptado como uno más de sus aldeanos, como
uno más al que sentar en su mesa. Me han recibido a mí, el chico
que cayó del cielo sin previo aviso e invadió su tranquila aldea.
Puede que nunca sea capaz de volver a casa, así que quizá sería
conveniente cambiar el concepto de “casa” a este sitio.
En
realidad eso es algo que me apena. ¿Realmente puedo cambiar mi hogar
por este pequeño poblado? ¿Realmente quiero hacerlo? No lo tengo
claro del todo. Supongo que es un poco parecida a un vendaval: no
sabes si esconderte o dejarte llevar, que pase lo que tenga que
pasar.
-Gracias
a todos. Espero ser digno de personas tan buenas como son ustedes.
Agradezco realmente este acto y toda su amabilidad.
La
gente aplaude y me sonríe mientras me alejo y me dirijo hacia la
cabaña de madera en la que estaba tumbado hace a penas unos minutos.
A medida que me acerco, veo como Haruka y su padre hablan en voz
baja. Paso por su lado y vuelvo a mi lecho, la colchoneta azul.
-Shinjin.
-La voz de de la joven llega desde el fondo de la sala. -Mi padre y
yo hemos estado hablando, y está de acuerdo en que te quedes con
nosotros a vivir, aunque sea temporalmente.
-Oh,
vaya. ¿Y por qué habéis tomado esa decisión? -Me recuesto y la
miro a los ojos.
-Te
ha reconocido como hombre de honor. Es algo muy importante para él.
-No
me sorprende.
-Puedes
cambiarte. Te he traído ropa. -Deja una camisa y un pantalón corto
blancos sobre la colchoneta, sobre mi regazo, parece ser el estilo
típico de vestimenta de este pequeño pueblo. -El baño está al
fondo a la derecha.
-Muchas
gracias Haruka, eres muy amable.
Me
levanto, cojo la ropa y me dirijo al aseo. Me vendría bien una ducha
en este momento. Mientras tanto, ella se queda recogiendo la
colchoneta en la que he estado desde que caí aquí tras saltar a la
espiral intentando escapar de Tyr. Parece eso muy lejano ahora,
aunque en realidad haga a penas un día de todo aquello.
Me
miro al espejo y veo algo que realmente es capaz de desconcertarme.
Las cicatrices, ¡no están! Han desaparecido.
-¡¿Qué?!
-Mi grito de asombro se escucha por todo el piso.
-Shinjin,
¿estás bien? -La voz de Haruka entra por la puerta que he dejado
medio entornada.
-Sí,
sí, tranquila. Es sólo que... me sorprendió no ver heridas o
cicatrices en mi espalda.
-Ah,
eso. Te las sanamos con un ungüento a base de bayas de nuestros
huertos que tienen propiedades curativas.
-Oh,
vale. -Vaya, una crema que cura las heridas y las cierra... Es
realmente maravilloso, ojalá hubiera tenido eso hace unos días.
-Bueno,
si no necesitas nada más, te espero en casa. Es la de aquí al lado
-Señala a la derecha. -La primera de la fila.
-Vale,
gracias.
La
ducha es algo diferente a las que solía utilizar, es entera de
madera, incluido el grifo. Pero, aun así, todo esto se siente muy
bien. El agua parece más limpia que la de Niflheim, como más pura;
todo aquí tiene ese toque de pureza.
Tras
quince minutos de ducha bajo el caliente líquido, salgo y me pongo
los ropajes que Haruka me trajo antes. Me queda algo justa, todos
aquí no sobrepasan el metro sesenta y cinco, y mi altura es algo
mayor a eso. Cuando salgo a la calle de nuevo, la noche ha caído y
no hay casi nadie fuera de sus casas.
Paso
a casa de Haruka, la cual es bastante simple: un pequeño comedor,
una cocina y un par de habitaciones. A pesar de ser de madera, tiene
un gran tamaño. Mientras entro, ellos cesan de cenar para saludarme
e indicarme dónde me voy a instalar.
Al
cabo de unos diez minutos de habituarme a este nuevo lugar, salgo y
me uno a ellos en la cena. La comida tiene una gran pinta, un par de
tallos de algunas plantas del huerto de detrás de la cabaña,
fritos. Rebosan un olor genial. Aumenta mis ganas de comer, ya que
llevo sin comer desde hace sabe cuánto.
-Está
muy buena la comida. Muchas gracias por dejarme quedarme aquí con
ustedes.
-De
nada, tú has salvado nuestra aldea.
Cenamos,
yo al lado de Haruka, como parece que está establecido en este lugar
según las costumbres del lugar.
Al
acabar de comer, ayudo a la madre y a sus dos hijas a recoger la mesa
y a lavar los platos que hemos utilizado. Después, nos sentamos
todos juntos en sillas y el padre comienza a contar historias de su
juventud. Una vez ha acabado, manda a dormir a sus hijas con su madre
y nos quedamos solos él y yo.
-Tengo
que contarte algo, hijo.
-Claro,
dígame.
-Tiene
que ver con el incendio.
-¿Ha
vuelto a encenderse?
-No,
no. No tiene nada que ver con eso.
-Entonces,
¿de qué se trata? -A este hombre le encanta hacerse el interesante.
-Ha
sido provocado. Y sé por quién.
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