jueves, 3 de abril de 2014

Sueños Espiral (XII)





II

-¡Haruka, tienes que venir! ¡Es horrible!

Un hombre anciano aparece detrás de la puerta. No puedo verlo del todo bien, ya que la poca luz que nos proporcionan la lámpara del techo y la vela de al lado de mi cabeza a penas le ilumina la cara. Aun así, soy capaz de apreciar que tiene una barba gris tirando a blanca similar a la de un chivo y consigo ver las arrugas que se forman en los laterales de su boca mientras habla.

-¡Padre! ¡Padre! ¿Qué ha pasado? -Haruka se levanta de mi lado y sale corriendo hacia la puerta de la sala.

-Haruka, hija. -Hace una pausa para coger aire y recomponerse un poco. -Ha ocurrido algo horrible. -El hombre mayor mira al suelo.

-¿Pero qué es, padre?

-El cultivo... La aldea...

-Maldita sea padre, ¿qué ha pasado? -Es la primera vez que veo una expresión que no sea una sonrisa o una mueca de dolor en el rostro de la chica.

-Te cuento por el camino. Vamos. -La agarra de la mano y la saca de forma delicada de la habitación.

-¡Esperad! -Alzo mi mano y se frenan en el umbral del pórtico de madera. Voy con vosotros.

Me uno a ellos y salimos a la calle. Una aldea completamente tranquila en armonía con la naturaleza. Plantas, animales, seres humanos y la luz del alba en completa compenetración natural.

Armonía rota violentamente por un humo negro que sale de una de las casas a pocos metros de nosotros, en una parte cercana de la aldea de Tennō.

-Esto. -Hace una pausa dramática. -Es lo que pasa. -El anciano padre de Haruka señala el humo con la mano.

-Oh. -La joven repite la expresión de dolor que puso cuando le conté acerca de la contaminación de Niflheim. -Es horrible.

-Sí, lo es. -La cojo de los hombros, casi abrazándola. -Tranquila.

-Gracias. -Gira su cabeza hacia mí y pone una de sus manos sobre la mía. Todo sin dejar de sonreír.



-Y ahora. -La miro a los ojos y cambio el tono de mi voz a uno más serio. -Vamos a hacer algo al respecto.

Me separo de ella y la dejo con su anciano padre en el porche de la casa en la que me estaba recuperando del golpe y de mis heridas.

Se me hace muy extraño esto de no sentir dolor mientras corro. ¿Qué demonios me han dado? Me gusta esta cosa, la quiero para casa.

A medida que voy llegando a la zona del incendio, me voy cruzando con unos de los pocos habitantes de esta aldea. Todos parecen iguales, todos me miran con asombro, me ven como un extraño. Y no se lo niego.

Todos ellos tienen un aspecto similar: pelo negro o gris -dependiendo de su edad-, corto en los hombres y largo a la altura del pecho en las mujeres, todos con el pelo completamente liso.

Llego a la zona donde está activo el fuego, el calor se hace notar en mi blanca y pálida piel. Las llamas están más o menos aisladas, pero parece saber qué hacer para apagarlas.

-¿Tenéis cubos de plástico? -Pregunto.

-¿Y tú quién eres? -Uno de los hombres me mira impasivo.

-Pues, posiblemente, el que salve este sitio.

-¿Y cómo vas a hacer tal cosa? -Su cara toma expresión por fin, una expresión no muy agradable, he de decir.

-Tenéis agua en las casas, ¿no?

-Claro. -Me mira extrañado.

-¿Y tenéis cubos de plástico?

-¿Plástico? No sé lo que es eso.

-Ah, ya, claro, la diferencia de mundos. ¿Tenéis algún recipiente para llevar el agua que sea más o menos grande?

-Tenemos esto. -Señala lo que parecen ser unos cubos de madera. -Si sirve..

-¿En serio? -Estaba preguntando por eso... Bah, da igual. -Sí, eso sirve. Que cada persona coja uno, lo llene de agua y lo traiga aquí.

-Está bien. -Se gira. -¡Oídme todos! ¡Quiero que cojáis uno de estos recipientes por persona! -Señala los cubos. -¡Y los llenéis de agua, como sea! ¡Rápido!

Los aldeanos hacen caso inmediato y, en cuestión de segundos, las calles están vacías de gente.

Este hombre parece ser el líder de este lugar, algo así como un alcalde, algún tipo de gobernador.

-Hemos confiado en ti. -Me mira con algo más de alegría en este momento. -No nos falles ahora, forastero.

-No lo haré.

Mientras hablamos, la gente sale de sus casas y se va parando con sus cubos llenos de agua cerca del fuego ahora algo más extendido.

-¿Ya estamos todos? -El gobernador alza la voz. -Bien. Ahora vamos a hacer dos grupos. Uno más grande y otro más pequeño. Iros dividiendo.

El alcalde los divide en dos grupos, uno de unas cinco personas y otro de treinta, aproximadamente.

-Yo me quedaré con el primer grupo. -Tomo yo la palabra. -Rodearemos el fuego y lanzaremos todos el agua a la vez hacia él. Luego, el segundo grupo apagará las zonas localizadas en las que queden brasas, si quedan.

Tras este proceso, el incendio se reduce a simples cenizas. Hemos conseguido apagarlo, pero la casa que cubría se ha visto muy perjudicada, suerte que los que vivían allí consiguieron salir a tiempo.

-Lo has conseguido, Shinjin(1). -Haruka se acerca a mí y me abraza fuerte.

-¿Shinjin? -Miro a la joven entre mis brazos.

-Claro, has salvado nuestra aldea.

-Sí, supongo. -Miro al suelo.

-¡Lo has hecho! -Me besa. Espera, ¿acaba de darme un beso? ¿Por qué? -Gracias por eso.

-De nada. -Sueno asombrado tras el contacto.

Haruka sonríe y se aleja de mí poco a poco hasta que se confunde entre los demás y similares aldeanos.

-¡Habitantes de Tennō! -El gobernador se alza, y, con él, su voz. -¡Démosle la bienvenida a este chico, que llegó de la nada y nos ha salvado sin pedir nada a cambio!

Se escuchan gritos y clamores. La gente aplaude y vocifera por mí, aunque ni siquiera saben cómo me llamo. Esto se siente algo bien, supongo que podría acostumbrarme a vivir así.

(1) Shinjin: Sobrenombre que daban las antiguas mujeres japonesas de la Edad Media a los samuráis. Se traduce como héroe.



No. Ahora la fama es lo que menos importa. Ahora lo que más debo tener presente es que me han aceptado como uno más de sus aldeanos, como uno más al que sentar en su mesa. Me han recibido a mí, el chico que cayó del cielo sin previo aviso e invadió su tranquila aldea. Puede que nunca sea capaz de volver a casa, así que quizá sería conveniente cambiar el concepto de “casa” a este sitio.

En realidad eso es algo que me apena. ¿Realmente puedo cambiar mi hogar por este pequeño poblado? ¿Realmente quiero hacerlo? No lo tengo claro del todo. Supongo que es un poco parecida a un vendaval: no sabes si esconderte o dejarte llevar, que pase lo que tenga que pasar.

-Gracias a todos. Espero ser digno de personas tan buenas como son ustedes. Agradezco realmente este acto y toda su amabilidad.

La gente aplaude y me sonríe mientras me alejo y me dirijo hacia la cabaña de madera en la que estaba tumbado hace a penas unos minutos. A medida que me acerco, veo como Haruka y su padre hablan en voz baja. Paso por su lado y vuelvo a mi lecho, la colchoneta azul.

-Shinjin. -La voz de de la joven llega desde el fondo de la sala. -Mi padre y yo hemos estado hablando, y está de acuerdo en que te quedes con nosotros a vivir, aunque sea temporalmente.

-Oh, vaya. ¿Y por qué habéis tomado esa decisión? -Me recuesto y la miro a los ojos.

-Te ha reconocido como hombre de honor. Es algo muy importante para él.

-No me sorprende.

-Puedes cambiarte. Te he traído ropa. -Deja una camisa y un pantalón corto blancos sobre la colchoneta, sobre mi regazo, parece ser el estilo típico de vestimenta de este pequeño pueblo. -El baño está al fondo a la derecha.

-Muchas gracias Haruka, eres muy amable.

Me levanto, cojo la ropa y me dirijo al aseo. Me vendría bien una ducha en este momento. Mientras tanto, ella se queda recogiendo la colchoneta en la que he estado desde que caí aquí tras saltar a la espiral intentando escapar de Tyr. Parece eso muy lejano ahora, aunque en realidad haga a penas un día de todo aquello.

Me miro al espejo y veo algo que realmente es capaz de desconcertarme. Las cicatrices, ¡no están! Han desaparecido.

-¡¿Qué?! -Mi grito de asombro se escucha por todo el piso.

-Shinjin, ¿estás bien? -La voz de Haruka entra por la puerta que he dejado medio entornada.




-Sí, sí, tranquila. Es sólo que... me sorprendió no ver heridas o cicatrices en mi espalda.

-Ah, eso. Te las sanamos con un ungüento a base de bayas de nuestros huertos que tienen propiedades curativas.

-Oh, vale. -Vaya, una crema que cura las heridas y las cierra... Es realmente maravilloso, ojalá hubiera tenido eso hace unos días.

-Bueno, si no necesitas nada más, te espero en casa. Es la de aquí al lado -Señala a la derecha. -La primera de la fila.

-Vale, gracias.

La ducha es algo diferente a las que solía utilizar, es entera de madera, incluido el grifo. Pero, aun así, todo esto se siente muy bien. El agua parece más limpia que la de Niflheim, como más pura; todo aquí tiene ese toque de pureza.

Tras quince minutos de ducha bajo el caliente líquido, salgo y me pongo los ropajes que Haruka me trajo antes. Me queda algo justa, todos aquí no sobrepasan el metro sesenta y cinco, y mi altura es algo mayor a eso. Cuando salgo a la calle de nuevo, la noche ha caído y no hay casi nadie fuera de sus casas.

Paso a casa de Haruka, la cual es bastante simple: un pequeño comedor, una cocina y un par de habitaciones. A pesar de ser de madera, tiene un gran tamaño. Mientras entro, ellos cesan de cenar para saludarme e indicarme dónde me voy a instalar.

Al cabo de unos diez minutos de habituarme a este nuevo lugar, salgo y me uno a ellos en la cena. La comida tiene una gran pinta, un par de tallos de algunas plantas del huerto de detrás de la cabaña, fritos. Rebosan un olor genial. Aumenta mis ganas de comer, ya que llevo sin comer desde hace sabe cuánto.

-Está muy buena la comida. Muchas gracias por dejarme quedarme aquí con ustedes.

-De nada, tú has salvado nuestra aldea.

Cenamos, yo al lado de Haruka, como parece que está establecido en este lugar según las costumbres del lugar.

Al acabar de comer, ayudo a la madre y a sus dos hijas a recoger la mesa y a lavar los platos que hemos utilizado. Después, nos sentamos todos juntos en sillas y el padre comienza a contar historias de su juventud. Una vez ha acabado, manda a dormir a sus hijas con su madre y nos quedamos solos él y yo.

-Tengo que contarte algo, hijo.

-Claro, dígame.

-Tiene que ver con el incendio.

-¿Ha vuelto a encenderse?

-No, no. No tiene nada que ver con eso.

-Entonces, ¿de qué se trata? -A este hombre le encanta hacerse el interesante.


-Ha sido provocado. Y sé por quién. 

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