VII
Eyland
No
puede ser, ¿es que ahora todo el mundo está en mi contra? Kisho se
mueve hacia mí mientras el sol sale por detrás de las montañas.
-No
vengas.
-Oh,
Eyland, ¿es que ahora me tienes miedo?
-Pues...
Llevando una camiseta del Clan, sí, te tengo miedo.
-Lo
sabía, lo supe en cuanto te vi: No eres hombre suficiente, y por
supuesto no eras tampoco hombre suficiente para mi hija.
-Ya...
Claro, eso me lo dice el hombre que se ha unido a una organización,
o lo que sea que es.
-Tengo
mis motivos para haberlo hecho.
-¿Cuáles
son?
-¿Por
qué iba a decirte eso? No mereces saber tanto.
-Por
favor... -Suplico.
-Bueno...
-Dime,
por favor, ¿qué es lo que te llevó a unirte a ellos? Es que no…
no llego a comprenderlo del todo.
Esto
es demasiado. Primero Paul y ahora él. ¿Quién será el siguiente
en unirse, Desmond? Me pregunto dónde estará él en este momento.
Ni siquiera sé si está vivo o no…
-Pues…
Fue de todo un poco. El rencor que te tenía por lo de Haruka… -De
sus ojos comienzan a caer lágrimas que intenta esconder mirando al
suelo. –Y bueno, la causa es la causa. Se podría decir que…
Ellos pueden llegar a ser muy convincentes.
-¿Pero
cuál es la maldita causa? –Grito, aunque de forma inconsciente.
¿Qué me pasa? ¿Por qué esta incertidumbre me frustra tanto?
-Eso
no te lo puedo decir yo. Aunque… -Sonríe. Sus dientes reflejan los
pocos rayos de sol que se alzan sobre las colinas. Junto con su
morena piel, es un contraste increíble. –Puedes acompañarme y
conseguir que se te aclaren algunas de tus dudas.
-¿Por
qué debería creerte? Tú me quieres muerto.
-Oh,
claro. Pero yo no tendré el placer de matarte.
-¿Y
eso por qué?
-Digamos
que aprecio mi vida más que mi hija, Eyland. –De nuevo, otra puya.
¿Es que este hombre se dedica a hacerme sufrir?
-¿Ellos
acabarían contigo si tú lo hicieras?
-Te
ha costado pillarlo. No eres un chico muy listo, ¿verdad?
Y
otro golpe bajo más. Me pongo rojo de ira al oír su comentario, ¿a
qué ha venido eso? ¡Yo no soy tonto, maldita sea! Aunque, bueno,
¿por qué le doy tanta importancia? Ni siquiera me fío de él.
-Oh,
¿te he ofendido? -Ríe.
-Bah.
-Lo miro despectivamente. -¿Vas a llevarme en algún momento a donde
sea que vayamos a ir?
-Claro.
-Sonríe. –No seas impaciente.
Nos
ponemos en camino hacia no sé dónde. Tampoco sé qué va a pasar
ahora, pero he decidido darle a este anciano un pequeño voto de
confianza. Necesito saber, y parece que este hombre tiene las
respuestas que yo tanto quiero.
-¿Puedo
preguntar una cosa? –Digo.
-Bueno,
depende de lo que sea.
-¿Qué
pasó cuando me fui de Tennō?
-Supongo
que a eso sí te puedo responder. Te perdiste bastante. Es algo largo
de contar.
-Tengo
tiempo. –Respondo rápido.
-En
realidad tampoco tanto. -¿De qué habla? Bueno, mejor dejémoslo
estar por ahora.
-Da
igual eso. Cuéntame.
-Está
bien, está bien. –Suspira. ¿Por qué le gusta tanto hacerte la
víctima? Me irrita. –Desapareciste de pronto en las narices de
todos. Spirit y Engla se tornaron tremendamente furiosos, ella en
especial; se volvió loca. Empezó a ordenar a sus hombres que lo
destrozaran todo, y, por supuesto, ella también ayudo a que eso se
llevara a cabo. Recuerdo las caras de los guardias, no tenían ni
idea de qué hacer.
-No
te desvíes del tema. –Lo interrumpo.
-¿Prefieres
que deje de contártelo?
-Lo
siento, lo siento. –Hago una pausa. –Continúa.
-Gracias.
–Dice secamente. –Bueno, sigo. –Deja de hablar por un segundo,
supongo que para pensar. –Cuando todo estaba en llamas o siendo
destruido, Spirit y Engla desaparecieron. Así sin más. Aquí se
quedó un hombre, alguien que no había visto hasta ese momento, y
tomó el control de todo. Y cuando digo de todo, es de todo.
-¿Quién?
-No
lo sé. Pero anoche llegó otro tipo, parece ser que el primero sólo
estaba al mando temporalmente.
-¿Sabes
quién es el nuevo?
-Claro
que sí. De hecho, creo que ya os habéis visto.
-¿Eres
tú?
-¿Qué?
–Ríe. –No, ojalá.
-Pues
me he quedado sin ideas.
-Ahora
lo verás. –Sonríe. –Bueno, él, siguiendo órdenes de no sé
quién, cambió el nombre del pueblo.
-¿Y
no hubo mucho lío con eso? –Vuelvo a interrumpirlo.
-Las
preguntas para el final, gracias. –Pone mucho énfasis en esta
última palabra. –Digamos que… Le hacían una pequeña visita
guiada por los calabozos y salas de tortura a quien hablaba de,
bueno, de la antigua Yggdrasil.
-¿Fue
así como te reclutaron?
-Algo
por el estilo.
-¿Entonces
todos los aldeanos forman parte ahora del Clan?
-No,
no. Claro que no. Solo unos pocos, como, por ejemplo, un servidor.
Únicamente se unen al Clan aquellos que tienen motivos para hacerlo.
O, al menos, aquí es así.
-¿Y
esa coletilla?
-Pues
bueno, he oído que han hecho cosas peores en otros lugares. En la
ciudad de la que tú viniste, creo.
-¿Qué?
–No puede ser. Mi familia, mis amigos… No pueden haber hecho algo
así, ¡ellos tienen que estar bien o no me lo perdonaría nunca!
-¿Han hecho algo en Niflheim?
-Han
hecho muchas cosas allí. Según el chico que estuvo al mando hasta
anoche, las torturas eran mucho peores, y te obligaban a formar parte
del Clan. Te daban esa opción o… Bueno, puedes suponer la otra.
Aunque también dijo que él se unió por voluntad propia, y que
tenía muchos motivos para querer acabar contigo.
-Ya
veo… -Increíble, así que mis padres, o están muertos, o son del
Clan. Qué semana tan perfecta. –Entonces Paul… Se unió a ellos
por no morir.
-Un
momento. –Su corte me devuelve al mundo real. -¿Cómo acabas de
decir? Repítemelo, por favor.
-He
dicho que Paul, mi mejor amigo, se unió a ellos por no morir.
-Sí,
sabía que habías dicho eso. –Ríe siniestro. –Tengo que decirte
que, tu mejor amigo, fue el chico que dejaron al mando aquí.
-¡¿Qué?!
–Grito. -¿Paul se unió por motivos propios?
-Eso
me temo. –Sonríe. –Apuesto a que no te lo esperabas.
-Claro
que no, ¿cómo voy a esperarme algo así?
-Bueno,
yo tampoco me esperaba que mi hija saltara y se interpusiera entre la
espada de Spirit y tú.
-Ya
he dicho que lo siento por eso.
-Bueno,
ya seguiremos en otro momento con esta discusión. –Se para. –Ya
hemos llegado al ayuntamiento.
¿Cuándo
hemos llegado aquí? Ni siquiera me había dado cuenta de que
habíamos entrado en la plaza. Toda esta información nueva y
sorprendente para procesar parece haberme hecho evadirme de todo.
-Vamos,
chico. –Me indica con un gesto que lo siga. –El nuevo gobernador
te espera aquí.
Subimos
las escaleras, pero nos frenamos justo antes de la enorme puerta.
Dentro parece haber una discusión, puedo escuchar frases: “¡No
puedes matarlo!”, “Es por la causa”, y algo más que no soy
capaz de oír. Kisho toca a la puerta y automáticamente las voces se
callan. Hay un incómodo silencio, pero a los pocos segundos se rompe
por fin.
-Señor,
soy Kisho. Le traigo a quien me pidió.
-Adelante,
lo estábamos esperando.
Abre
la puerta y me empuja al interior de la enorme sala, ¿qué espera,
que me presente? Hola, soy Eyland, ustedes quieren matarme.
Encantado. Será estúpido…
-Eyland,
¿por qué no te giras y nos miras?
Un
momento, reconozco esa voz, es Engla. Me giro y así es, está
apoyada en una mesa enorme, detrás de la cual está el policía que
me torturó aquella vez. ¿Cómo se llamaba? Eh… Shaw, creo que era
Shaw.
Siento
ganas de correr y salir de la habitación, pero permanezco inmóvil,
mirándolos fijamente, esperando su reacción.
-Este
hombre, Eyland.
-Lo
conozco, sé quién es. –Interrumpo a Engla.
-Déjame
acabar. –Responde cortante.
-Lo
siento, continúa.
-Maleducado
el crío este… Decía que este hombre que ves aquí, Martin Shaw,
es ahora el gobernador de Yggdrasil. Y bueno, necesita de tu ayuda
para su primer acto oficial.
-¿Cuál
será dicho acto?
-Pensé
que Kisho te lo habría dicho.
-Pues
no es así. –La interrumpo de nuevo.
-Bueno,
pues será… -Hace una pausa, como para dar más dramatismo al
asunto. –Tu ejecución.
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