V
-El
chico del hospital y tú os conocisteis al inicio de la noche durante
el Loud'n Rock, cuando
tú dejaste de lado a tus amigos y te fuiste por tu cuenta. Te
golpeaste contra un poste telefónico y caíste al suelo. Tyr, tu
nuevo amigo, te ayudó a recomponerte del golpe. Os hicisteis amigos
y decidiste llevarlo a comer a un restaurante de comida rápida.
Comisteis allí y salisteis en dirección a casa del chico. En un
arrebato de rabia, quizá debido a que descubriste algo, quizá
porque ya venía planeado de antes, y le apuñalaste con un cuchillo
a sangre fría, de forma violenta y llenándote la ropa y las manos
de su sangre. Llamaste a emergencias y solicitaste una ambulancia,
una buena estrategia, ya que casi nos engañas haciéndonos creer que
tú viste que todo pasaba mientras él se desangraba. Nos habría
convencido, pero tu actitud nos demostró que la muerte te afectó a
ti también, casi tanto como a él. Esa reacción nos hizo suponer
que te removía por dentro, que era tu primer asesinato y todavía no
eras capaz de asimilar haber matado a alguien.
Esos son los hechos. ¿Algo que decir?
-Hay tanto que decir... -El comisario
me mira impasible desde su butaca al otro lado del gran escritorio de
madera de roble. -Para empezar, ¡yo no mataría a nadie! Por favor,
sólo soy un crío... A penas he visto una muerte por la televisión,
¿cómo voy a ser capaz de cometer un asesinato?
-¿Y cuál es entonces su coartada?
Su mirada penetra en mí tan hondo
como lo hizo el cuchillo en el estómago de Tyr. ¡Tyr! ¡La
operación! ¿Cómo habrá ido? ¿Estará bien? Realmente así lo
espero. Ya no solo por su propia integridad, si no por la mía
propia. Enserio, ¿matar a Spirit? ¿De verdad? Eso sería imposible
para mí...
-Responda. -Su voz suena fría y
robótica. -¿Cuál es su coartada? ¿Qué hacía allí con el chico
y bañado de su sangre? ¿Por qué razón están sus huellas en el
mango del arma homicida?
-Yo... Yo... -Realmente estoy tan
nervioso que no soy capaz de hablar.
-¡Responde! -El tono de su voz
aumenta de forma considerable, parece que empieza a cabrearse
conmigo.
-Yo... Es que... -Me atemoriza
verdaderamente, ni siquiera soy capaz de mirarlo directamente a los
ojos.
-Chico, responde, por favor.
Tranquilízate, vamos.
¿Qué es esto? El tono de sus
palabras es mucho más dulce ahora y una sonrisa débil aparece en su
cara. Parece que juega conmigo, que utiliza la estrategia del poli
bueno, poli malo, aunque con únicamente una persona.
-Está bien, se lo contaré. Tyr, el
chico del hospital, y yo nos conocimos en el concierto. Nos caímos
bien, realmente. Empezamos a hablar y descubrimos que teníamos mucho
en común, en especial en cuanto a gustos musicales. Salimos del
concierto y del recinto del festival. Nos dirigíamos a su casa, me
dijo que tenía muy buena música y que quería enseñármela, así
que acepté a ir a su casa. Durante el trayecto hacia su hogar,
recordamos que teníamos hambre y se me ocurrió ir al restaurante
que usted ha mentado ya, pues andaba algo corto de capital. Comimos y
seguimos hablando, casi todo el rato de música. Salimos del
restaurante y nos dirigimos a su casa. Mientras íbamos allí, un
hombre apareció detrás mía y me cogió del cuello, además de que
me puso el filo de su navaja en la mejilla. Tyr, asustado, atacó al
ladrón, y acabó apuñalado por este.
Esos son los hechos reales, puede
creerlos o puede no hacerlo.
Miro al hombre frente a mí fijamente,
sin separar mi mirada de la suya, esperando ferozmente su respuesta.
-Es una gran historia, chico. -El
comisario ríe. -Pero no me la creo. No tienes nada que pruebe eso
que cuentas, mientras que la versión policial está completamente
demostrada.
Pensábamos dejarte aquí, pero...
El hombre sonríe malévolo, ¿qué
pretende hacer conmigo? ¿Qué diablos va a hacerme ahora? El
comisario se levanta, coloca la silla en su sitio original y se
dirige a mí, todo esto sin dejar de mirarme fijamente. Se me acerca
poco a poco hasta que está frente a mí. Me mira, me coge la cara de
forma que casi no puedo respirar con los dedos índice y pulgar.
-Chico, que mal lo vas a pasar...
-Ríe.
-¿Qué... qué me va a hacer? -El
temor rebosa de mis ojos, ahora mismo soy todo un ser atemorizado,
temblando y tan pálido como la nieve.
-Chicos, os lo dejo.
De detrás suya aparecen dos hombres
vestidos de negro, uno de ellos es el que me acompañó desde el
hospital hasta aquí. El otro es un hombre negro de dos metros de
alto, completamente vestido de negro y de facciones similares al
otro. Los hombres se acercan a mí al mismo ritmo que el comisario se
aleja por el gris pasillo. Los matones se acercan a mí, sonriendo de
forma cruel y despiadada, de una forma parecida a la forma en la que
sonreía el ratero que nos intentó robar a Tyr y a mí.
-¿Qué van a hacer conmigo? -El
terror puede contemplarse claramente en mis ojos oscuros.
-Oh, chico, nos vamos a divertir mucho
los tres.
Ambos ríen a carcajadas, se pegan a
mí, se agachan y me levantan, junto con la silla, en el aire. En ese
momento, dejan caer la silla, provocando así que caiga de ella y me
golpee directamente contra el frío suelo. ¿Enserio? ¿Pero estos de
qué narices van? Empiezo a cabrearme.
-¡¿Qué hacéis?!
Me levanto rápidamente, rabioso como
un lobo antes de atacar y tan decidido como este fiero animal. Me
giro hacia el que supongo policía de detrás de mí y mi puño vuela
velozmente hacia su cara. Lo golpeo, dejando en la parte baja de su
mandíbula una gran marca roja, pero el hombre ni se inmuta. Veo como
gira sus ojos y dirige su mirada directamente hacia mi puño, aún en
su cara. Puedo ver también, aunque no durante mucho tiempo, como, en
un movimiento rápido, se saca un puñetazo de la manga y me deja
completamente atontado. Empiezo a ver todo borroso, el mundo a mi
alrededor gira demasiado rápido y comienza a desvanecerse. De
pronto, todo oscuridad.
Un chorro de agua cayendo de forma
insistente me despierta, estoy en una habitación gris, completamente
hecha de hormigón y sin ventanas. Justo encima mía, un foco
fosforescente lucha por seguir con vida mientras parpadea cada pocos
segundos. Frente a mí una gran reja negra, con barrotes de acero de
unos cinco centímetros de ancho. Intento levantarme de la silla, sin
resultado. Mis manos están atadas entre sí y unidas a la cuerda por
una cuerda que parece bastante resistente.
-Ya lo entiendo, esto es todo un
sueño, una larga y extraña pesadilla. Ahora mismo estoy en casa, en
mi habitación tan perfectamente decorada, en mi cama durmiendo.
Estoy allí, lo tengo muy claro. Ahora me despierto.
-Oh, cuánto lo siento, hijo. -La
puerta se cierra tras él. -Pero, esto, no es un sueño. Te lo
demostraré.
¿Cuándo ha entrado? ¿Cuánto tiempo
lleva escuchándome? ¿Qué quería decir con que lo demostrará? El
hombre uniformado se acerca, poco a poco, casi al ritmo en que me
caen las gotas de agua de la gotera del techo. Mientras se acerca,
puedo ver cómo saca de detrás de la espalda una segunda cuerda. Ah
no, no. ¡Es un látigo! Creo que empiezo a hacerme una idea de lo
que está a punto de pasar aquí. Cada vez está más cerca, cinco
metros, cuatro metros, tres metros...
Cuando se halla a a penas un metro,
mete la mano en su bolsillo y saca de ahí lo que parece una pistola
de rayos. Una vez se acerca lo compruebo, es un taser. De pronto y
sin previo aviso, me golpea con el látigo en la cara, dejando un
rastro de sangre en mi mejilla.
-Agh... -Gimo y me retuerzo en la
silla.
-Oh, vamos... ¿Tan pronto? -El tono
de su voz me asusta realmente, es tan sádico...
-Por favor... No he hecho nada...
El hombre continúa golpeándome: Un
puñetazo, un latigazo, dos, tres...
Tras veinte latigazos, casi todos en
la cara y el torso, caigo al suelo junto con la silla, quedando
inmóvil bajo ella.
-Pobre diablo.
El hombre de negro se agacha y me
desata las manos. Quiero correr y salir de esta habitación, pero mi
cuerpo, y en especial mis piernas, no quieren responder. Me retuerzo
en el suelo, sollozando. Mi camisa está rasgada en todas las zonas
donde ha caído el látigo. La sangre brota de los cortes que han
dejado los latigazos, y mi cara tiene mucho más color rojo y morado
que el tono natural de la piel humana.
-Y ahora, es cuando nos divertiremos
de verdad.
El hombre sonríe de oreja a oreja y
me levanta en el aire. Rompe mi camisa del todo y me la quita de
golpe, sin ningún miramiento, lanzándola a una de las esquinas de
la oscura habitación. Coge una cadena y me ata a una plataforma del
techo en la cual no habría parado ni la más mínima atención. Me
cuelga por los brazos a una altura en la que mis pies no tocan el
suelo. Desde esta altura, veo cómo el otro hombre abre la puerta de
la celda y entra a la prisión una mesa con unos cuantos y diversos
objetos: un bol lleno de sal, un cable, un líquido que supongo agua
o alcohol, unas cuantas cuerdas, un segunda látigo un cuchillo.
-¿Qué... qué vais a hacer con eso?
-Hago una mueca de dolor.
-Oh, pequeñín, deja esos gestos para
cuando empecemos con esto. Si pensabas que ya habíamos acabado,
estabas muy equivocado; esto a penas comienza.
Lloro y sollozo colgado en mitad de la
habitación. Estoy rodeado por dos personas, pero me siento más solo
que nunca. Los maltratadores esperan sin hacer gesto alguno, lo que
aumenta aún más mi pánico. Quizá esa también sea una tortura, me
está matando por dentro. Por fin, el primer hombre se mueve y se
acerca a mí. No coge nada de la mesa, lo cual me tranquiliza. Bueno,
todo lo tranquilo que puede estar uno cuando sabe que van a
torturarle hasta un límite que quizás sea marcado por la muerte.
-Lo siento... Lo siento. Admito el
crimen. ¡Yo lo maté! Si, yo lo hice...
Este es mi último recurso, necesito
salir de aquí y evitar esto sea como sea. ¡Maldito Tyr! Si no fuera
por él, esto no habría pasado, ¿por qué tuvo que hacerse el héroe
durante el robo? Que le den, lo prefiero muerto, ya no me importada.
-Lo siento chico, llegas tarde para
eso.
El hombre sonríe malévolo mientras
se me acerca. ¿Por qué demonios hace eso? Me irrita. Parece que
disfruta con todo esto, me pone muy nervioso. Ambos observan mi cara
llena de terror, se miran entre ellos y ríen abiertamente.
-Ahora.
El hombre que ha entrado la mesa, da
la orden, moviendo ligeramente la cabeza hacia mí. El otro responde
al instante, pero su respuesta es lo que menos me esperaba. El hombre
que ha dado la orden coge sal y me la echa en las heridas. Y, el
otro, coge la pistola de rayos y me dispara con ella directamente en
las aperturas sangrantes de mi piel. Lo más doloroso no es la
electrocución, es que los rayos son disparados directamente en las
heridas. Es lo más doloroso que he vivido nunca, es como coger el
dolor de un golpe en el dedo meñique del pie y multiplicarlo por un
millón.
-Es mi turno. -El hombre deja de
disparar rayos y se gira hacia el otro.
-No, esto es cosa mía. -Sus mirada es
muy firme, impasible.
-En absoluto, me toca a mí, lo
habíamos hablado.
El segundo hombre le roba de forma
rápida la pistola al primer varón. El primero le devuelve el robo e
inician una disputa por ver quién tendrá la oportunidad de
torturarme ferozmente. La discusión va a más y los hombres
comienzan a agredirse verbalmente. Desde mi posición, casi muriendo
por dentro de dolor, siento una pequeña felicidad: Mientras sigan
discutiendo, no me hacen sufrir.
Los insultos pasan a golpes y acaban
enzarzándose en una pelea que acaba el segundo hombre, el que me
trajo aquí en el coche, disparando con el taser a su compañero.
-Hazme caso hijo, es mejor así.
¿Se dirige a mí? ¿Cómo que es
mejor? Es de locos. El hombre coge el cable y pela la punta de este
con el cuchillo de la mesa. Se acerca a la gotera y moja la parte
pelada. Con la ayuda de la pistola de rayos, da corriente al cable y
ataca dos de mis cortes, una con el cable y otra con la pistola.
Rabio de dolor, el cable es muchísimo
peor que la pistola, jamás lo pensé. La sensación que transmite el
cable es comparable la que deben sentir los que son ejecutados en la
silla eléctrica.
-¡Pare! ¡Ahora! ¡Ese chico es
inocente! -El hombre se gira sorprendido y yo, en cambio, sonrío de
felicidad, parece que mi tortura ha acabado.
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