IV
¿Cómo?
¿Yo el líder de la revolución? ¿Por quién me han tomado, por una
especie de caballero andante como Tirant lo Blanch? Es de locos. Yo
no he sido capaz de salvar ni a mi mejor amigo, ni a una princesa, ni
siquiera a mi padre, y por poco no lo consigo tampoco conmigo. ¿De
verdad me ven capaz de liderar un ataque? Y lo que es más, ¿en
serio creen que saldría bien conmigo al mando?
-A
esta gente le falta un tornillo. -Digo para mí mismo.
-¿Hablas
conmigo, Eyland? -Responde Lysandra. Vaya, parece que me ha oído.
Tengo que arreglarlo.
-No
es nada. Estaba... -Rápido, busca una excusa buena. -Estaba pensando
en voz alta, tendré que dar una especie de discurso, ¿no?
-No
vendría mal que los motivaras un poco.
-Está
bien.
Asiento.
¿Y qué demonios digo yo ahora? Nunca se me ha dado del todo bien
hablar en público, recuerdo lo mal que lo pasé en Tennō
cuando tuve que hacerlo. Queda tan lejos ahora...
-Y
ahora... -Lysandra alza la voz. -Recibiremos un discurso de Eyland
Rise, quien a partir de este momento será nuestro jefe de
operaciones. Un aplauso, por favor.
Todos
comienzan a elogiarme, lo cual me da fuerzas para dar el discurso.
Mientras los demás aclaman, mi ahora aliada al mando de La
Resistencia acciona un botón de su muñequera y un atril se levanta
de debajo del suelo justo frente a mí.
-Esto
es impresionante... -Han avanzado mucho respecto a mi antigua
Niflheim.
-Hemos
trabajado duro, sí. -Y ahí está de nuevo su sonrisa, tan radiante
y grande como siempre.
-Ya
veo. -Le sonrío también.
-Espera
un momento antes de hablar. -Y acciona otro botón. ¿Qué va a sacar
ahora, un micrófono?
-Vale.
-No puede ser... ¡De verdad es un micrófono! No puedo parar de
reírme.
-Eyland,
¿ocurre algo? -Me mira con el ceño fruncido.
-No.
Nada. -Digo entre carcajadas. -Vale, ya pasó.
Y
me sereno de golpe. De verdad me sorprende haberme controlado de esta
forma, la verdad. Y ahora el discurso... ¿de qué hablo? Podría
contarles la forma de trabajar del Clan o las cosas horribles que
pueden llegar a hacer, pero creo que eso ya lo saben, la mayoría
vivían aquí antes. Me pregunto qué hicieron con ellos, cuando
volví la primera vez Niflheim estaba desierto...
Bueno,
allá vamos.
-Compañeros.
-Me acerco al micrófono. Tomo aire y comienzo a hablar lo más
calmado que puedo. -Creo que todos sabéis el motivo por el que estoy
aquí ahora mismo. -Me sudan las manos. -Como ya os ha dicho
Lysandra, yo os lideraré; ¡os lideraré hasta la victoria! -Tras mi
comentario todos comienzan a gritar y a aclamarme. -El Clan ha
campado a sus anchas demasiado tiempo. Tenemos que cambiar eso, ¿no
es así?
-¡Sí!
-Grita alguien del público.
-No
os oigo, chicos. -Esto tampoco va tan mal, al fin y al cabo. Me
siento mucho más cómodo ahora.
-Sí.
-Dicen todos al unísono.
-Así
me gusta. -Sonrío. -Y para terminar el discurso... ¡Viva la
Revolución!
-¡Viva!
El
campo de entrenamiento se ve envuelto de gritos y clamores tras mi
última frase, lo que me hace sentirme realmente bien mientras bajo
del atril y vuelvo con Lysandra, quien me espera con su particular y
siempre presente sonrisa. Esta situación me recuerda a cierta
canción del Loud'n
Rock...
Sí
señor, sí señor,
somos
la revolución.
Viva
la revolución...
¡Resistencia!
-Bonita frase la del final.
-Gracias. -Me hace sonrojar. ¿Y esta
timidez ahora?
-Era el momento adecuado para un
comentario así, empezaban a sentirse algo derrotados porque nuestro
proyecto en contra del Clan no avanzaba por donde queríamos en un
principio.
-¿Ah, no?
-No. -Niega con la cabeza. -Y entonces
apareciste tú por aquí.
-O sea, que soy una especie de ángel.
-Será creído. -Se acerca y me pega
un bofetón.
-¿Pero qué? -¿Y a qué venía eso?
Se lo devolvería, pero no es el momento ni el lugar adecuado.
-Vamos.
Me sonríe con la misma complicidad de
siempre y me hace señas para que la siga. ¿Pero y esta tía de qué
va? No la entiendo en absoluto. Pero bueno, la chica es mi única
baza para sobrevivir por el momento.
Decido
seguirla y atravesamos largos pasillos del anfiteatro hasta una
puerta con un letrero que dice Entrenamiento
3.
-¿Voy a entrenarlos? -Yo casi no sé
pelear, mi única experiencia es la que he ido adquiriendo de mis
encuentros con Tyr.
-¿Estás de broma? -Ríe. ¿Qué
tiene tanta gracia? -Vi lo que hiciste aquí con Tyr. Vamos a
enseñarte nosotros a ti. No podemos tener un líder que no sea
eficiente, ¿de qué nos serviría eso?
-Visto
así...
-¿Listo?
-Me mira desafiante. A saber qué hace conmigo...
-No
mucho, pero tengo que estarlo.
-Esa
es la actitud.
Horizontes
Nevados
-Vaya
paliza me has dado.
-Te
lo dije.
Estoy
exhausto, no puedo ni con mi alma. ¡Qué cansancio! Y qué dolor,
que esta chica no se cansa nunca de pegarme, no he podido ni tan
siquiera parar sus golpes. Se nota que necesito entrenamiento.
-Y
ahora te vamos a enseñar a usar nuestras armas de fuego.
-Ah...
-Sólo he disparado en una ocasión voluntariamente, y mi brazo no
salió del todo bien parado.
-¿No
te gusta la idea?
-No
mucho, la verdad.
-Esto
es una guerra. No se puede ganar sin una de éstas. -Me entrega una
modernísima pistola reluciente.
-Lo
intentaré. -No prometo nada.
-¿Ves
esos muñecos al fondo? -Señala una especie de figuras a unos veinte
metros de distancia. -Son tus objetivos.
-Allá
vamos.
Empuño
el revólver y lo sujeto con fuerza lo más lejano posible a mi cara.
Con más miedo que otra cosa, acciono el gatillo temblando y... no
pasa nada. ¿Me la ha dado sin balas? ¿Lleva el seguro puesto?
-Oye,
esto no va.
Me
giro, mirando decepcionado al arma de mi mano. Lysandra, al verme,
comienza a reírse a carcajadas mientras me ve llegar hacia ella.
Otra vez con ese extraño humor que me hace sonrojar, ¿qué le pasa?
-Mira
que eres tonto, Eyland.
-¡Eh,
cuidado con lo que dices! -Y ríe aún más.
-No
me has dejado explicarte.
-Pues
venga. -Me ha cabreado de verdad.
-Ponte
esto. -Me da un brazalete similar al suyo y me lo coloco en mi brazo
izquierdo.
-La
pistola tiene un sensor que detecta la muñequera. Únicamente puede
disparar si está a menos de un metro de distancia de ella.
-¿Y
eso no es una desventaja?
-Para
nada. -Niega con la cabeza. -Si el enemigo roba nuestras armas, no
podrá utilizarlas y les serán inútiles.
-Entiendo.
-Está muy bien pensado, lo reconozco.
-Te
enseñaré a tirar. -Me guiña un ojo. -Mira cómo lo hago yo.
-¿Es
obligatorio? -Parezco un niño pequeño.
-Vamos,
si te encanta repasarme con los ojos, llevas todo el día haciéndolo.
-¡Eso
no es verdad! -Mi cara se torna de un color rojizo. ¿Cómo se ha
dado cuenta de eso? He disimulado bien... Creo.
-Ya,
ya... -Ríe. -Atiende a cómo disparo, es importante.
-Venga.
Se
coloca tras la barra que mide la distancia con los muñecos, abre las
piernas hasta que están alineadas con los hombros, estira los brazos
hacia delante hasta que están completamente rectos, apunta y
dispara.
-Veamos
cómo ha ido.
Y
ya sé que ha sido un disparo genial, le ha acertado seguro, lo he
visto echarse hacia atrás. Acciona un botón del mostrador y el
maniquí al que le ha disparado comienza a moverse hacia nosotros.
-¿Ves
este agujero? -Señala un pequeño hoyo en el cuello.
-Es
tuyo, ¿no?
-Así
es. -Asiente. -Le ha atravesado la yugular. Es cadáver.
-¿Puedo
probar?
-Adelante.
-Devuelve el muñeco de pruebas a su posición. -Dispara.
Me
cede el sitio e imito sus movimientos. Pies a la altura de los
hombros, brazos estirados y rectos y sujeción firme. Apunto al
cuello donde acaba de golpear ella y disparo. Se escucha el sonido de
la bala rebotar y el maniquí se echa hacia atrás. ¿Le he dado?
-Qué
disparo más malo. Apenas le has rozado la mano.
-¿De
verdad? -Mi gozo en un pozo.
-Eso
me temo. Tienes que contener la respiración para apuntar.
-Está
bien.
Asiento
y repito el proceso añadiendo su nuevo consejo, y esta vez acierto,
aunque la herida no es mortal, según dice. Continúo intentándolo,
quedando en cada disparo más cerca de mi objetivo que es la herida
mortal.
-Basta
por hoy.
-¿Por
qué? Ya casi lo tenía.
-Se
ha hecho tarde. Además, tengo que presentarte a los otros líderes.
-¿Hay
más?
-Contigo
somos cuatro. -Vaya, eso sí que no lo esperaba.
-¿Y
qué vas a hacerme una especie de fiesta?
-Algo
así. Una reunión. -Saca dos brazaletes de color rojo con el dibujo
de una llama en el centro. -Póntelo. Es nuestra seña como altos
mandos.
-¿La
llama es...?
-Nuestro
símbolo, sí.
-Lo
que suponía.
-Vamos.
La
sigo por otros dos largos pasillos hasta que paramos en una discreta
puerta cuyo color apenas se diferencia con el de la pared. Lysandra
acerca su muñeca al pomo y ésta se abre instantáneamente. Aquí
todo es alta tecnología, vaya.
-Entra.
Hago
lo que me dice y me introduzco en la sala. Es una enorme habitación
con realmente pocos muebles. Una gigantesca mesa en el centro y
cuatro sillas a su alrededor, lo que me recuerda a... Nada, eso ya es
pasado.
-Te
presento a... -Y antes de que Lysandra pueda acabar, los dos hombres
giran sus asientos y muestran sus caras. A la izquierda, como ya
esperaba, se encuentra Olaf. Y a su derecha...
-Axell.
-Eyland.
No hay comentarios:
Publicar un comentario