IX
-¡Desmond!
¡No!
Salgo
corriendo hacia su dirección a toda la velocidad con la que me es
posible, ¿cómo es que ha pasado esto? No me lo creo, de verdad,
todavía no lo creo.
-¡Tu
hermano! -Tyr esprinta detrás de mí.
No
puede ser, sigo sin creer que esto haya pasado. ¡Tenía a Desmond a
mi cargo, maldita sea! ¡¿Cómo es posible que haya ocurrido algo
así?! ¡Se ha caído! ¡Demonios, se ha caído!
Los
pocos metros que nos separan del abismo se me están haciendo más
que eternos, parece que cada paso que doy me deja en el mismo sitio.
Por
fin llego:
-¡Desmond!
¡No! -Las lágrimas brotan de forma violenta.
-¿Qué
pasa, Eyland?
Escucho
su voz. Debo estar imaginando esto, no puede ser real, lo he visto
caer al vacío. No puede ser que sea cierto, no puede estar muerto.
Ni mamá, ni papá, y mucho menos yo, perdonaría que eso hubiera
pasado.
Sigo
llorando, parezco una fuente, como si acabaran de abrir un grifo en
mi interior y las lágrimas cayeran de forma completamente
desmesurada.
-Eyland,
¿por qué lloras?
La
voz llega desde abajo. No puede ser real. Aún a sabiendas de esto,
decido dirigir la vista hacia allí. Entonces lo veo: Mi hermano, de
pie, sonriendo mirándome. ¡Ha caído en un terraplén a menos de
dos metros de altura!
-Eres
tonto... Menudo susto me has dado. -Por fin respiro, Desmond está
bien. Mi hermano no solo está vivo, sino que está en mucho mejor
estado que yo mismo.
-Estás
llorando... ¿Está...? -Tyr se acerca a mí y apoya su mano en mi
hombro en forma de consuelo.
-¡Hola
Tyr! -Antes de que pueda hablar, Desmond me corta y lo saluda desde
abajo.
-Eh...
¿Qué ha pasado aquí? -El desconcierto abunda en el tono de las
palabras del adolescente, parece más sorprendido que yo.
-Aquí,
mi querido hermano. -Señalo ligeramente al niño. -Se ha caído a
este terraplén de aquí, a menos de dos metros de altura. No se ha
hecho nada de nada, míralo, si parece de goma. -Todavía quedan
lágrimas en mi rostro.
-¡Eh,
¿a quién llamas tú chico de goma?!
-A
ti, enano. -Me giro hacia él.
-Eso
lo serás tú. -Hace una pedorreta y se ríe.
-Anda,
vamos, sube aquí. -Le estiro el brazo, y Tyr me imita. Entre los dos
subimos a Desmond a la parte alta de la montaña.
-Yo
creo que tendríamos que ir a un lugar más seguro, ¿no?
-Tienes
razón, Tyr. ¿Dónde vamos?
-Yo
ya te he enseñado lo que quería enseñarte. Así que la decisión
es tuya.
-Podríamos
ir a casa, al menos, a dejar a este mocoso. Y luego ya veremos.
-¿Eh,
cómo que mocoso?
-Sí,
mocoso. Tú sabes que en el fondo te quiero.
-Bueno,
dejémonos de disputas entre hermanos. Vayamos a vuestra casa, ¿no?
-Claro.
¿Vamos por el paso subterráneo?
-Sin
duda.
Subo
a Desmond a mi espalda de nuevo y nos encaminamos a casa a través
del paso subterráneo y de toda la ciudad. Al cabo de un rato
llegamos a la puerta de casa, un edificio muy céntrico, algo viejo,
pero con un porte muy elegante. La fachada es gris, las ventanas
enormes y las puertas de la portería son de cristal forjado.
-Vaya
un sitio. ¿Vives aquí? Debes tener mucho dinero.
-No
lo creas. Es herencia, ya sabes, por parte de mi abuela.
-Pues,
aunque suene mal, ya me gustaría a mí que mi abuela me diera una
herencia de este tipo. Me encanta.
-Y
solo has visto la parte de fuera. -Río y entramos.
Por
dentro, el bloque de apartamentos no es menos elegante. Las paredes
empapeladas con tonos amarillo y beige. Las lámparas que alumbran la
entrada y los pasillos tienen ese toque clásico que hace que las
cosas parezcan más señoriales.
Subimos
hasta el tercer piso y entramos a casa.
-Bienvenido
a nuestro hogar. -Le indico con un gesto que pase. -¡Mamá! ¡Papá!
¡Ya estamos en casa!
-No
hace falta que chilles, hijo. Estoy aquí. -De la habitación más
cercana a la entrada sale mi madre y se dirige hacia nosotros.
-¿Qué
tal el paseo? ¿A dónde habéis ido?
-Pues
hemos ido a la montaña. -Bajo a Tyr al suelo.
-¿A
la montaña? ¿En el estado en el que estáis?
-Sí,
mamá. Hemos ido al monte. Hemos estado bien.
-¿Seguro?
-Claro.
-Me giro hacia Desmond. -Anda, corre a tu habitación.
-¿Queréis
algo para comer o beber? Debéis estar exhaustos.
-Pues
ahora que lo dices...
-Os
prepararé algo, no tardaré mucho. -Se acerca y me da un beso en la
mejilla. -Deberías ducharte.
-Muchas
gracias, señora. -Tyr sonríe tras de mí.
-Enseguida
estará, chicos. Descansad un poco.
Mientras
mi madre se va, le digo a Tyr que espere en el salón o que juegue
con Desmond. Creo que escoge lo segundo, porque se va con el niño a
su habitación. Mientras tanto, yo hago caso de lo que mi madre dijo
y me voy al baño. Me quito mis sucias y rotas ropas y, mientras
tanto, dejo correr el agua para que se vaya calentando.
Me
miro al espejo y veo a alguien completamente distinto al Eyland Rise
que solía conocer. Este chico ante mí tiene cortes por todo la
espalda y parte del torso, moratones en la zona de la mandíbula y el
pelo completamente alborotado. No sé qué exactamente, pero hay algo
que me hace parecer más mayor, más maduro que antes.
Me
introduzco poco a poco bajo el chorro de agua para que mi cuerpo se
vaya habituando. Ay, el agua duele, escuece en mis heridas, aunque es
consolador ver que el agua cae casi sin modificar su color, la sangre
parece haber dejado de salir. Se está tan bien aquí bajo el grifo
de la ducha...
Al
cabo de una media hora salgo del baño y parezco una persona nueva,
con ropa limpia y el pelo bien peinado.
-Oh,
veo que me has hecho caso. -Mi madre sonríe. -Tienes galletas y zumo
en el salón. Tu amigo está allí también.
Me
dirijo hacia allí casi sin darme cuenta; este camino me es tan común
que lo hago sin ni siquiera fijarme en dónde voy.
-Oh,
vaya cambio, me alegro de volver a reconocer al chico que vi hace
unas noches en el Loud'n Rock.
-Gracias.
-Sonrío débilmente. -Supongo.
-Toma,
tu madre te dejó esto además de la comida y el zumo.
Tyr
se gira y me da lo que parece ser un regalo con una nota. Lo cojo, lo
abro y contiene una navaja suiza. Acto seguido, abro la nota y la
leo:
Feliz
cumpleaños, Eyland, que no se cumplen diecisiete dos veces.
Te
quiere, mamá.
-Oh, mamá. -Sonrío abiertamente.
-Dijo que quería habértela dado el
día de tu cumpleaños, pero te fuiste al concierto sin avisar.
-Sí... Tiene razón.
-¿Y eso por qué?
-Había quedado con Paul y llegaba
tarde. -Me froto la nuca y río.
-Ya te vale... -Tyr ríe conmigo.
-Bueno, voy a dar las gracias. -Me
giro y me dirijo a la cocina, donde se dirigía mamá la última vez
que la vi.
-Mamá... Gracias. -Me acerco a ella y
la abrazo.
-De nada, era tu cumpleaños, ¿no?
-Claro. -Sonrío dulce. -Lo siento por
irme tan bruscamente entonces.
-No pasa nada hijo, llegabas tarde. Es
normal.
Que corazón más bueno tiene esta
mujer, realmente no puede ser tan fría como pensaba. ¿Cómo es
posible que no me diera cuenta de lo mucho que ella me quiere hasta
este momento?
-Te quiero, lo sabes. -Ella sonríe,
pero no dice nada. Su rostro lo dice todo, así que doy la
conversación por terminada.
-Ya hablamos, voy a casa.
-Está bien, hijo.
Vuelvo a la zona donde está Tyr y le
hago señas para que se levante. Está con Desmond jugando, parece
ser que se han caído muy bien. Se despide de él y viene hacia mí.
Puedo ver como mi hermano se entristece un poco de que nos tengamos
que ir.
-Bueno, y ahora vamos a casa, a la
mía.
-Espera, ¿tú no vives aquí, Eyland?
-Pues no, no vivo con mis padres.
-Sonrío mientras veo su reacción de sorpresa.
-¿Y dónde vives?
-Ahora verás. -Salimos y cierro la
puerta tras nosotros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario