A
esos seres extraños,
las
palabras,
capaces
de crear y
destruir
todos los sueños.
Sinopsis:
Tras
la repentina traición por parte de Tyr y Engla, Eyland decide
abandonar Upsala, dejando a la chica que lo amaba allí y a su
enemigo malherido. Tras su partida, Eyland va en busca de Desmond y
su madre, su única esperanza actual. Pero su viaje se ve turbado
cuando, al llegar a Niflheim, su ciudad natal que quedó convertida
en escombros, la encuentra completamente reconstruida y bajo un gran
manto de nieve. Allí, los busca sin cesar hasta que, de pronto, se
topa con un viejo conocido, haciendo que cambie todos sus objetivos.
Convergencia
de Caminos
I
-¿Estás
preparado, hijo?
-No
me llames así -Respondo cortante. -Pero sí, lo estoy. -Y en en
fondo tengo claro que le estoy mintiendo, que nunca antes me había
sentido menos seguro de mí mismo que en este momento.
-¿Vamos?
-Vamos.
Asiento
con la cabeza y, tras una rápida mirada de complicidad, los músculos
de nuestras piernas se activan al unísono, haciéndonos comenzar
nuestra triada hacia el enorme despacho de Joseph Bonanno, también
llamado “Capomafia”, con intención de matarlo. El viaje
obviamente no será un camino de rosas, así que debo andar con
cuidado y no confiar en nadie, en especial en el hombre que tengo al
lado.
Corremos
a lo largo del pasillo contiguo a la sala en la que nos acabamos de
reunir mientras luces rojas y horribles sonidos de alarma lo invaden
todo.
-Hijo.
-Mi padre, a quien he decidido dejar de llamar de llamar así, se
frena de pronto y me mira con la cara de un joven cordero. Oh, ¿es
que ahora siente pena? Que la hubiera tenido cuando abandonó a mamá
y a Desmond a su suerte. Maldita sea, Desmond es un niño, ¿de
verdad esperaba que se cuidara solo?
-Dime,
Halle(1).
-¿Cómo
has dicho? -Frunce el ceño.
-Te
he llamado por tu nombre. -Digo fríamente. Creo que le duele, porque
parece que siente una punzada en el... ¿corazón? No, él no tiene
de eso. -Bueno, ¿qué es lo que quieres? -Hago un gesto al reloj de
mi muñeca que me dio Tyr hace un rato. -Nos quedan catorce minutos,
bueno, ahora trece. Ya hemos perdido dos y todavía no hemos avanzado
nada.
-No
me gusta que me llamen... Bah, déjalo.
-Estamos
perdiendo tiempo. -Vuelvo a señalar al cronómetro.
-¿Por
qué me tratas así? Yo te quiero. -Abre los brazos. ¿De verdad
espera que le de una mínima muestra de cariño? La lleva clara.
-¿Por
qué trataste tú así a mamá, a Desmond? -Lo miro con los ojos
inyectados de rabia y vuelve a cruzarse de brazos. Parece que ha
captado el mensaje.
-No
lo entiendes. Ellos...
-No
hay más que decir. -Respondo antes de que pueda terminar la frase.
-Vámonos.
-Pero...
Y,
antes de que pueda decir más, echo a correr, mirando de un lado a
otro para evitar ser visto por los guardias de la macronave en la que
estoy metido. Bueno, al menos llevo la pistola que me dio Engla
completamente cargada y lista para disparar, por si acaso.
Halle,
en cambio, sigue parado donde lo dejé, como si estuviera afectado
por la conversación. Es un gran actor, pero yo ya no me trago sus
cuentos, tengo a mis espaldas diecisiete años de experiencia en ese
campo.
-¡Tú!.
-Cojo el arma y apunto a su cabeza. -O te mueves o disparo.
-No
serías capaz. -Mira constantemente a la pistola y luego a mí
mientras que en su cara predomina un gesto de horror.
-Oh.
-Sonrío a medias. -Claro que lo soy.
-Has
cambiado, hijo. -Por su mejilla corre una lágrima. Qué bien se le
da esto.
-Por
supuesto que lo he hecho. -Vuelvo a mirarlo de mala manera. -¿Y tú
no? Hace un mes te tenía como un cabeza de familia ejemplar, y ahora
eres uno más del Clan, tan cruel como todos ellos. No es un buen
cambio.
(1)
Halle: Nombre de origen escandinavo, se puede traducir como “Hombre
duro como una piedra”.
-Yo...
-Doce
minutos. -Digo, cortando su posible explicación.
-Está
bien. Dejaré de intentar acercarme a ti. -Echa sus manos hacia
adelante y las deja caer mientras hace este gesto. Al fin se ha dado
por vencido.
-Haces
bien.
Y
volvemos a correr, ahora con mucho más cuidado y haciendo el menor
ruido posible con nuestros pasos, nos acercamos a la zona más
peligrosa. Dejo a Halle tomar el mando de nuestro pelotón de dos y
lo sigo de cerca. Obviamente él entiende mejor este sitio, yo sólo
lo conozco por los planos que vi antes.
-Tenemos
que subir el ritmo. -Digo mientras miro el reloj. -Nos quedan ocho
minutos.
-Tranquilo,
estamos a dos pasillos de distancia.
Asiento
y giro la esquina, pero me freno en seco y vuelvo detrás de la
pared, haciendo que Halle se golpee contra mi espalda casi cayendo al
suelo.
-¿Qué
pasa? -Susurra.
-Hay
un guardia vigilando ahí. -Igualo su tono de voz.
-¿Y?
-Responde. -Tienes un arma, ¿no?
-No
es tan fácil, tenemos que evitar hacer ruido.
-¿Más
que el que hace la alarma?
-El
sonido de un disparo no pasa desapercibido, ni siquiera en estas
circunstancias. -Es obvio, por favor...
-Anda,
toma esto. -Del bolsillo interior de su chaqueta saca un silenciador
y me lo pone en la mano. -¿Cuándo lo cogió? No lo vi hacerlo.
-Gracias.
Así irá mejor.
Coloco
el artilugio en la punta de la pistola. Vaya, ahora es el doble de
grande y sobresale de la pared, pueden verla. Como mecanismo de
defensa frente a esta situación, salgo de pronto de detrás del muro
y apunto con el arma al hombre parado en mitad del pasillo. Intenta
reaccionar, pero ya es tarde; el guardia se desploma, chorreando
sangre por la pierna.
-Maldito...
-Dice entre dientes.
-Lo
siento por esto.
-Y
más que lo harás.
Levanta
su ametralladora recortada y dispara mientras acciono el gatillo de
mi pistola. Cae al suelo, es un peso muerto. Su tiro también es
certero, impacta en mi brazo derecho, reabriendo la herida de bala
que ya tenía de unos días atrás. Menudo dolor, casi me había
olvidado cómo se sentía recibir un disparo. ¿Cómo se supone que
voy a avanzar luchando ahora?
-Vamos.
Hay que irse. -Halle me agarra por el codo, mandando el dolor al
hombro y haciéndome estremecer. -¡Tu brazo! ¿¡Qué ha ocurrido?!
-Me
alcanzó. No es nada. -Aparto su mano.
-¿Cuánto
tiempo nos queda? -Miro el reloj.
-Siete
minutos.
-Entonces
tenemos margen. -Agarra la manga de su camisa y la arranca en un
estirón certero. La envuelve en la zona herida.
-¿Qué
haces? -Pregunto.
-Taponar
el agujero de bala. -Hace un nudo con la tela. -Te vendrá bien, en
especial para no morir.
-Hazlo
rápido.
-Ya
está. -Suelta mi brazo y coge el arma del guardia. -Vamos.
-Esto...
-¿Sí?
-Gracias.
Asiente
y volvemos a emprender nuestra marcha. Torcemos a la derecha, pasando
por encima del fresco cadáver. Ahí está, la puerta trasera del
despacho de Joseph. Hemos llegado sanos y salvos -casi- y con cinco
minutos de sobra. Lo hemos hecho bien.
-¿Cómo
vamos de tiempo?
-Perfectamente.
Nos sobran un par de minutos.
-Vale.
No abras la puerta todavía.
-¿Por
qué no?
-Tenemos
que abrir exactamente a y cuarto, si no es así, el plan podría
fallar. -Asiento. Tiene razón en eso.
-Entiendo.
Esperemos entonces.
-¿No
te ha parecido raro no encontrar más que un guardia? -¿A qué viene
esa pregunta? Aunque, ahora que lo dice, algo sí. Muy poca
vigilancia para la importancia de este sitio, diría yo.
-Un
poco. Pero Tyr dijo que sería así.
-Sí,
supongo. ¿Confías en él?
-No,
pero Engla sí, así que... Decidí creer en su palabra por una vez.
-Esa
chica... Ten cuidado con ella, está muy presente en El Clan.
-Lo
sé. Una parte de mí no se fía del todo.
-Haces
bien. -Asiente. -Bueno... Quería hablarte de algo. -Mira al suelo,
sus manos tiemblan, esto debe ser importante.
-Dispara.
-Desmond
y tu madre están... -Corta sus palabras de pronto.
-Están...
¡Continúa!
-Ellos...
-Su voz es cada vez menos potente.
-¡¿Qué?!
-Lo cojo del cuello de la camisa. -¡¿Qué con ellos?!
Lo
zarandeo violentamente. Ahora pesa más que la última vez, mucho
más... Lo lanzo al suelo y, cuando lo hago, me doy cuenta del
motivo, ya que cuando cae se escucha el sonido de algo metálico
golpeando contra otra una superficie dura. Un objeto brilla en su
estómago, la punta de un machete.
-¿Qué?
¿Cuándo ha...?
-Ahora
mismo, Eyland. -Responde alguien entre las sombras. Reconozco
perfectamente esa voz. ¿Dónde está?
-Sal.
No tengo tiempo para estos juegos.
-Como
quieras. -De la penumbra aparece un hombre gordo y alto, enorme.
-Al
fin. -Respondo en cuanto lo veo. -Rey. -Hago un gesto de cortesía
muy forzado, aún a sabiendas de que ni él ni yo nos tenemos ningún
respeto.
-Eyland.
-Me devuelve el movimiento de cabeza.
-Lo
has matado, ¿verdad? A mi padre.
-Era
parte de la función. -Sonríe. -¿Es que ahora te importa? He visto
como rechazabas toda muestra de cariño por su parte hace un momento.
-Yo...
Lo quiero, es mi padre. Me traicionó, sí. Pero todavía lo quiero,
o quería, ahora ya es tarde.
-Lo
es. Llegas a deshora. ¿De verdad pensaste que podría salir bien?
-Sí,
lo pensé. ¿Qué hay de malo en eso?
-Que
ahora ya no podrá ser.
-Todavía
hay tiempo para eso.
Saco
el arma de mi bolsillo y disparo como puedo al rey de Curanipe. No se
mueve del sitio, pero sé que no he fallado, puedo ver la sangre
manchando todo su torso y sus caras ropas. Maldita sea, ¡qué dolor!
Siento una tremenda punzada en el hombro, provocando que suelte la
pistola y caiga al suelo.
-No.
No tengo tiempo para esto, quedan pocos segundos.
Diez...
Recojo
el revólver del suelo con mi brazo izquierdo.
Cinco...
Abro
la puerta.
Cero.
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