II
-¿Cómo ha
dicho?
-Se llama
Neo-Niflheim.
-¿Desde cuándo
existe este lugar?
-No hace mucho,
pero ha avanzado notablemente en este poco tiempo.
-¿A qué se
debe su nombre?
-Está sobre los
restos de una ciudad llamada Niflheim. -Sonrío.
-Tal y como
pensaba.
-¿Por qué esa
cara? ¿Te hace gracia el nombre, chico?
-No, no tiene
nada que ver con eso. -Giro la cabeza de un lado a otro. -Es que...
Acabo de enterarme de que le mentí hace un momento.
-¿Cómo?
-Le dije que era
nuevo aquí. Pues... De hecho, yo nací en este lugar. Bueno, quiero
decir, en la antigua ciudad de Niflheim.
-Vaya...
Ríe y me
muestra la entrada a la ciudad con la mano. Emprendemos nuestra
marcha hacia el interior del núcleo urbano con un paso firme y
ligero. No sé quién es este hombre, pero me siento cómodo a su
lado.
-¿Cuál es su
nombre? -Pregunto.
-Me
llamo Olaf(1).
¿Y tú?
-Eyland, señor.
-Asiento.
-Eh... -Frunce
el ceño. -He oído eso antes... Hace poco, de hecho.
-¿Sí? -Abro
los ojos como platos sonriendo. -¿Dónde?
(1)
Olaf: Nombre de origen escandinavo cuya traducción literal es “Lo
que queda de los antepasados”.
-Una
chica. Me lo mencionó en un bar.
Mamá.
Tiene que ser ella.
-¿Puede
llevarme allí? -Pregunto con una de las mayores expresiones de
felicidad de toda mi vida.
-Claro.
-Me devuelve la sonrisa.
-Gracias.
-Asiento.
-No
está muy lejos. Nos llevará unos pocos minutos.
-Bien.
Vamos.
Reemprendemos
la marcha, esta vez hacia el bar donde este hombre escuchó mi nombre
hace unos días. Tuvo que decírselo ella, tuvo que ser mamá. ¿Quién
si no podría hablar de mí en una ciudad en auge?
-Una
pregunta. -Digo a los pocos pasos.
-¿Sí?
-Se gira hacia mí, me llevaba un par de metros de distancia.
-La
chica que habló de mí...-No sé cómo decir esto, realmente, y mira
que es algo simple...
-¿Qué
con ella?
-Me
gustaría conocer su aspecto físico.
-¿Algo
en concreto? -Parece que no le apetece hablar mucho.
-Mmm...
-¿Y qué pregunto yo ahora?
-Venga,
chico, habla.
-Ah,
ya sé. -Levanto el dedo. -¿Llevaba algún anillo o aro o alguna
cosa por el estilo?
-Pues...
-El hombre se pone a pensar. -Ahora que lo dices sí. Llevaba uno en
la mano izquierda.
-¿Algún
otro detalle físico a remarcar?
-Sí,
ella destacaba por llevar el pelo de un color poco común... ¿Cuál
era?
-Venga,
hombre -Intenta hacer memoria. -Tiene que recordarlo.
-Ya
me acuerdo, ya me acuerdo. -Sonríe. -Tranquilo.
-¿Y
bien?
-Tenía
el cabello de un color rosa chicle, o más bien fucsia, no lo
recuerdo del todo bien. De lo que sí estoy seguro es de que era
rosa.
-Pero
aquí mucha gente lleva tinte en el pelo. -Señalo su cabeza. -Usted
mismo está teñido de blanco.
-Así
es. -Asiente. -Pero nunca rosa.
-¿Y
eso por qué?
-No
lo sé, la verdad. -Duda por un momento antes de hablar. -Pero es
así.
-Ya
veo.
Así
que nadie tiene el cabello teñido de color rosa, pero casi ninguno
lo lleva al natural. Todo son cambios aquí: la nieve, la tecnología
y modernidad de todos estos edificios, las costumbres...
¿De
verdad estoy en casa?
Indeciso
y sintiéndome tan extraño como cuando entré en Upsala, cruzo las
calles de la ciudad sobre lo que hace apenas un mes era mi hogar.
¿Cómo pueden haber cambiado todo esto en tan poco tiempo? Todavía
me sorprende.
Pasamos
por al lado de lo que en su día fue mi única vía de escape, el
puerto. Ahora se ha convertido en algo que he visto demasiado estos
últimos días, un hangar para vehículos aéreos. ¿Será que el
aire es el futuro y el mar se dejará de lado?
Un
momento, eso es...
-¿Podemos
detenernos un momento, por favor?
-Sí,
claro. -Se frena a mi lado. -¿Estás cansado?
-No.
-Niego con la cabeza. -No es eso. -Señalo al enorme edificio frente
a nosotros. Tiene al menos veinte plantas, y parece ser importante,
tiene banderas colgadas de la fachada. Aunque no es importante para
mí por ese motivo. -¿Puede contarme algo de esta majestuosa
edificación que tenemos delante?
-Veo
que te ha llamado la atención. -Sonrío. -Es normal.
-¿Y
eso por qué? -Ahora me ha intrigado.
-Pensaba
que lo habías deducido al verlo. Este es nuestro edificio más
importante, el centro de operaciones del gobierno.
-¿El
ayuntamiento? -Pregunto.
-Eso
mismo. -Sonríe el anciano.
-Ah...
-Es un gran cambio, tengo que decir...
-¿Ocurre
algo?
-No,
es sólo que yo antes vivía aquí. Solía ser un hostal para
jóvenes.
-Oh.
-Abre la boca sorprendido. -¿De verdad?
-Así
es. -Asiento. -Bueno, podemos irnos.
-Como
quieras. -Señala a los bajos del edificio contiguo al ayuntamiento
de Neo-Niflheim, ahora transformados en una tasca con mucha
actividad. -Ése es el bar en cuestión.
-Oh,
que cerca. -Sonrío.
-Vamos.
Sigo
a mi “guía turístico”, Olaf, al interior del establecimiento y
nos sentamos en la barra. Él pide dos jarras de algo que supongo que
es una bebida alcohólica sin tan siquiera preguntarme si tengo la
edad para tomarla. Parece que viene mucho, el camarero y él bromean
y hablan de forma muy cercana.
-Ah
sí. -Le dice al barman. -El chico quería comentarte algo.
-Sí.
-Asiento. -¿Has visto alguna vez a esta mujer? -Le tiendo una foto
de mi madre.
-No.
-Niega con la cabeza y hace un gesto de decepción. -Lo lamento,
amigo.
-Vaya...
-Entonces, ¿no fue ella la que le habló a Olaf de mí? ¿Y quién
lo hizo?
-Eyland,
¿no? -Alguien me toca el hombro y me giro a ver de quién se trata.
-Tú...
Yo te conozco. -Le respondo a la joven frente a mí.
-Ha
pasado tiempo. -Sonríe. -Te estaba esperando.
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