lunes, 23 de junio de 2014

Horizontes Nevados (VII)






II

-¿Cómo ha dicho?

-Se llama Neo-Niflheim.

-¿Desde cuándo existe este lugar?

-No hace mucho, pero ha avanzado notablemente en este poco tiempo.

-¿A qué se debe su nombre?

-Está sobre los restos de una ciudad llamada Niflheim. -Sonrío.

-Tal y como pensaba.

-¿Por qué esa cara? ¿Te hace gracia el nombre, chico?

-No, no tiene nada que ver con eso. -Giro la cabeza de un lado a otro. -Es que... Acabo de enterarme de que le mentí hace un momento.

-¿Cómo?

-Le dije que era nuevo aquí. Pues... De hecho, yo nací en este lugar. Bueno, quiero decir, en la antigua ciudad de Niflheim.

-Vaya...

Ríe y me muestra la entrada a la ciudad con la mano. Emprendemos nuestra marcha hacia el interior del núcleo urbano con un paso firme y ligero. No sé quién es este hombre, pero me siento cómodo a su lado.

-¿Cuál es su nombre? -Pregunto.

-Me llamo Olaf(1). ¿Y tú?

-Eyland, señor. -Asiento.

-Eh... -Frunce el ceño. -He oído eso antes... Hace poco, de hecho.

-¿Sí? -Abro los ojos como platos sonriendo. -¿Dónde?


(1) Olaf: Nombre de origen escandinavo cuya traducción literal es “Lo que queda de los antepasados”.



-Una chica. Me lo mencionó en un bar.

Mamá. Tiene que ser ella.

-¿Puede llevarme allí? -Pregunto con una de las mayores expresiones de felicidad de toda mi vida.

-Claro. -Me devuelve la sonrisa.

-Gracias. -Asiento.

-No está muy lejos. Nos llevará unos pocos minutos.

-Bien. Vamos.

Reemprendemos la marcha, esta vez hacia el bar donde este hombre escuchó mi nombre hace unos días. Tuvo que decírselo ella, tuvo que ser mamá. ¿Quién si no podría hablar de mí en una ciudad en auge?

-Una pregunta. -Digo a los pocos pasos.

-¿Sí? -Se gira hacia mí, me llevaba un par de metros de distancia.

-La chica que habló de mí...-No sé cómo decir esto, realmente, y mira que es algo simple...

-¿Qué con ella?

-Me gustaría conocer su aspecto físico.

-¿Algo en concreto? -Parece que no le apetece hablar mucho.

-Mmm... -¿Y qué pregunto yo ahora?

-Venga, chico, habla.

-Ah, ya sé. -Levanto el dedo. -¿Llevaba algún anillo o aro o alguna cosa por el estilo?

-Pues... -El hombre se pone a pensar. -Ahora que lo dices sí. Llevaba uno en la mano izquierda.

-¿Algún otro detalle físico a remarcar?

-Sí, ella destacaba por llevar el pelo de un color poco común... ¿Cuál era?

-Venga, hombre -Intenta hacer memoria. -Tiene que recordarlo.

-Ya me acuerdo, ya me acuerdo. -Sonríe. -Tranquilo.

-¿Y bien?


-Tenía el cabello de un color rosa chicle, o más bien fucsia, no lo recuerdo del todo bien. De lo que sí estoy seguro es de que era rosa.

-Pero aquí mucha gente lleva tinte en el pelo. -Señalo su cabeza. -Usted mismo está teñido de blanco.

-Así es. -Asiente. -Pero nunca rosa.

-¿Y eso por qué?

-No lo sé, la verdad. -Duda por un momento antes de hablar. -Pero es así.

-Ya veo.

Así que nadie tiene el cabello teñido de color rosa, pero casi ninguno lo lleva al natural. Todo son cambios aquí: la nieve, la tecnología y modernidad de todos estos edificios, las costumbres...

¿De verdad estoy en casa?

Indeciso y sintiéndome tan extraño como cuando entré en Upsala, cruzo las calles de la ciudad sobre lo que hace apenas un mes era mi hogar. ¿Cómo pueden haber cambiado todo esto en tan poco tiempo? Todavía me sorprende.

Pasamos por al lado de lo que en su día fue mi única vía de escape, el puerto. Ahora se ha convertido en algo que he visto demasiado estos últimos días, un hangar para vehículos aéreos. ¿Será que el aire es el futuro y el mar se dejará de lado?

Un momento, eso es...

-¿Podemos detenernos un momento, por favor?

-Sí, claro. -Se frena a mi lado. -¿Estás cansado?

-No. -Niego con la cabeza. -No es eso. -Señalo al enorme edificio frente a nosotros. Tiene al menos veinte plantas, y parece ser importante, tiene banderas colgadas de la fachada. Aunque no es importante para mí por ese motivo. -¿Puede contarme algo de esta majestuosa edificación que tenemos delante?

-Veo que te ha llamado la atención. -Sonrío. -Es normal.

-¿Y eso por qué? -Ahora me ha intrigado.

-Pensaba que lo habías deducido al verlo. Este es nuestro edificio más importante, el centro de operaciones del gobierno.

-¿El ayuntamiento? -Pregunto.

-Eso mismo. -Sonríe el anciano.



-Ah... -Es un gran cambio, tengo que decir...

-¿Ocurre algo?

-No, es sólo que yo antes vivía aquí. Solía ser un hostal para jóvenes.

-Oh. -Abre la boca sorprendido. -¿De verdad?

-Así es. -Asiento. -Bueno, podemos irnos.

-Como quieras. -Señala a los bajos del edificio contiguo al ayuntamiento de Neo-Niflheim, ahora transformados en una tasca con mucha actividad. -Ése es el bar en cuestión.

-Oh, que cerca. -Sonrío.

-Vamos.

Sigo a mi “guía turístico”, Olaf, al interior del establecimiento y nos sentamos en la barra. Él pide dos jarras de algo que supongo que es una bebida alcohólica sin tan siquiera preguntarme si tengo la edad para tomarla. Parece que viene mucho, el camarero y él bromean y hablan de forma muy cercana.

-Ah sí. -Le dice al barman. -El chico quería comentarte algo.

-Sí. -Asiento. -¿Has visto alguna vez a esta mujer? -Le tiendo una foto de mi madre.

-No. -Niega con la cabeza y hace un gesto de decepción. -Lo lamento, amigo.

-Vaya... -Entonces, ¿no fue ella la que le habló a Olaf de mí? ¿Y quién lo hizo?

-Eyland, ¿no? -Alguien me toca el hombro y me giro a ver de quién se trata.

-Tú... Yo te conozco. -Le respondo a la joven frente a mí.

-Ha pasado tiempo. -Sonríe. -Te estaba esperando.

No hay comentarios:

Publicar un comentario